martes, 28 de mayo de 2013

Aquí está el segundo libro para debatir el martes 4 de junio

RELACIONES PELIGROSAS
ARGENTINA Y ESTADOS UNIDOS

LEANDRO MORGENFELD: Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; licenciado y profesor de historia por la misma facultad. Especialista y  magíster en Historia Económica y de las Políticas Económicas de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.

LA DOCTRINA MONROE
Desde el conflicto en Europa y las luchas anticoloniales en América latina, los dirigentes revolucionarios plantearon la necesidad de la ayuda de Estados Unidos desde el punto de vista político, financiero y militar. Sin embargo, el gobierno de Washington permaneció al margen y solo se involucró cuando las pretensiones de Europa parecían fracasar y cuando se aseguro la adquisición de algunos terrenos. El reconocimiento de las naciones independientes fue esquivo casi hasta el final de las luchas anticoloniales, éste y la doctrina Monroe respondieron a las nuevas necesidades geoestratégicas de Estados Unidos, que comenzaba a disputar a Europa la hegemonía en América Latina.
En 1911 el secretario de Estado Monroe accedió a vender armas aclarando que su gobierno se mantendría neutral en el conflicto de la Junta de Buenos Aires con España.
El reconocimiento se realizo en 1822 dado que anteriormente  Estados Unidos no estaba seguro del resultado de las guerras de independencia y no quería poner en riesgo su propia expansión territorial.
Monroe planteó en 1823 en el congreso la doctrina que llevaría su nombre y cuyo lema era “America for the Americans”, o sea que no permitirían avances de potencias extranjeras en el Hemisferio Occidental, se considerarían como peligro para la paz y la seguridad de Washington.
La doctrina Monroe era una de las manifestaciones del nuevo expansionismo que Estados Unidos desplegaría en América construyendo un área de influencia propia, un “patio trasero” bajo su estricto control.
En Europa esta doctrina fue recibida con frialdad y no reconocida por ningún gobierno, los países latinoamericanos la interpretaron como un resguardo frente a posibles ataques de las metrópolis.
PRIMEROS CONFLICTOS
Hasta la consolidación de los Estados nacionales en América, transcurrieron décadas de crisis, inestabilidad y guerras. En Estados Unidos en 1860 la disputa entre el Norte y el Sur genero una guerra civil que termino con la esclavitud, consolido a la burguesía y genero las condiciones para su expansión capitalista. Argentina se constituyo como Estado nacional en 1880 y Brasil hacia 1889.Durante  esas décadas hubo múltiples intentos de integración regional, el primero impulsado por Simón Bolívar.
Ni los Estados Unidos ni las Provincias Unidas del Rio de la Plata estaban de acuerdo con las propuestas de Bolívar. Por motivos distintos, eran recelosos de la integración continental y no participaron de los congresos. Estados Unidos deseaba evitar el surgimiento de nuevas colonias y frenar los proyectos para liberar Cuba y Puerto Rico. Para Buenos Aires la integración regional iba en desmedro de trasplantar la civilización europea a través de la inmigración y los capitales.
Al Congreso de Panamá de 1824 fueron invitadas todos los estados latinoamericanos que habían logrado la independencia y Estados Unidos. Sin embargo, esto genero una disputa con Bolívar que estaba a favor de la participación de Gran Bretaña pero no de la estadounidense, por razones tácticas la protección inglesa era necesaria frente a los intentos de reconquista de las potencias de Europa continental. Estados Unidos podría malograr el apoyo británico. Además Bolívar sostenía que los intereses latinoamericanos no coincidían con los del gigante del Norte.
El cónclave de Panamá obtuvo resultados magros, hubo otros tres encuentros donde tampoco se lograron avances significativos ni duraderos, en ninguno de ellos participaron Argentina y Estados Unidos. Tanto la balcanización latinoamericano como la muerte de Bolívar debilitaron los siguientes intentos de integración.
Un nuevo intento fue impulsado una década después por el temor al expansionismo de Estados Unidos, quien basándose en la doctrina del ”destino manifiesto” anexo territorio mexicano. En esa oportunidad Chile, Ecuador y Perú firmaron el Tratado Continental de Alianza y Asistencia Recíproca invitando a los demás países a suscribirlo.
Con la ocupación de  República Dominicana por parte de España y el ataque de México por Francia impulsó un nuevo cónclave en el que Argentina participó como mera observadora. En donde se acordaron mecanismos de defensa conjunta y de paz y convenciones de comercio, correo y navegación. Se buscaba además la posibilidad de defender conjuntamente la soberanía e integridad de las naciones latinoamericanas frente a las amenazas de las potencias del norte. Sin embargo no logra concretarse. La reconquista europea era un peligro lejano y comienzan conflictos entre los países que en algunos casos derivaron en guerras, como la Triple Alianza o la del Pacífico. Los países abandonaron las ideas de integración dividiéndose y enfrentándose en luchas por conflictos limítrofes. Europa comienza a ejercer una forma de dominación a través de la exportación de capitales, préstamos y relaciones comerciales.
La balcanización latinoamericana pasó a ser una estrategia tanto europea como estadounidense.
Estados Unidos requería de nuevos mercados externos y abastecerse de materias primas baratas. A fines del siglo XIX las necesidades del gran capital estadounidense impulsaron a la Casa Blanca a fomentar un nuevo sistema panamericano. Argentina, según su clase dirigente, debía mantenerse al margen de cualquier proyecto latinoamericano que la separara de Europa o en el que no se incluyera a Estados Unidos, bajo un argumento antiamericano y europeísta.
Esta orientación atlantista y europeísta se verificó cuando Argentina, Brasil y Uruguay desangraron al Paraguay en una guerra infame.
Los escasos resultados de la integración regional, se deben en parte, al carácter de las clases dominantes de la región, conformadas por grandes terratenientes y comerciantes cuyos intereses se vinculaban al desarrollo de las economías agroexportadoras y al vinculo subordinado con los grandes centros del capitalismo mundial en expansión.
Gran Bretaña abandono las Isla Malvinas en 1774 luego de firmar un acuerdo con España, quién pasó a ocuparlas, prohibiendo el ingreso de los barcos balleneros y la pesca extranjera. Acuerdo que tras la independencia no fue respetado por Estados Unidos generando tensiones entre ambos países. Mientras tanto, Gran Bretaña avanzó en su pretensión colonialista reivindicando derechos abandonados en 1774, tomando posesión de las islas en 1833. Sabían que Estados Unidos en controversia con las Provincias Unidas, no se opondrían a la ocupación inglesa. Ni el gobierno de Buenos Aires exigió a Estados Unidos que aplicara la doctrina Monroe.
Durante los enfrentamientos del gobierno de Rosas con las tropas inglesas y francesas, en las décadas de 1830 y 1840, el gobernador de Buenos Aires intentó ganarse el favor de la Casa Blanca. Sin embargo, Estados Unidos reafirmó la prescindencia de su país y su política de aplicar la doctrina Monroe exclusivamente para defender los intereses estadounidenses. Ni cuando la expedición naval anglo francesa invadió aguas argentinas la Casa Blanca consideró que se estaba violando el principio Monroe, según el cual no podía permitirse la injerencia europea que afectara la soberanía de las naciones americanas. Entre otras cosas, lo hizo para evitar que Gran Bretaña pudiera salir a socorrer a México, víctima del expansionismo estadounidense.
¿AMERICA PARA LOS AMERICANOS?
La burguesía estadounidense fue imponiendo la idea de abandonar el aislacionismo; surgió la idea de crear una organización continental nueva, para disputarle a Europa y en particular a Gran Bretaña su hegemonía en América del Sur. La Primera Conferencia Panamericana en 1889 tenía como objetivo crear una Unión Aduanera, una moneda común, ferrocarriles continentales, un sistema para resolver controversias entre los países y un banco interamericano. Sin embargo, las iniciativas de EEUU encontraron una persistente oposición por parte de Argentina, cuyos  delegados no estaban dispuestos a permitir que avanzara un congreso al que calificaban de “Anti Europeo”.
La expansión del capitalismo en EEUU fue incesante a fines del siglo XIX. La ex colonia inglesa paso de ser la cuarta potencia industrial en 1860 a la primera en 1895. La expansiva frontera del Oeste se agotaba y había que salir a capturar nuevos mercados.
La Argentina, había logrado conformar un Estado Nacional. Se establecieron las bases para una producción a gran escala de alimentos y materias primas, cuyos mercados eran las potencias europeas. Gran Bretaña era un aliado central de las clases dominantes locales, que basaban su poder en la gran propiedad de la tierra, en el comercio exterior y en la actividad financiera. La política exterior era de orientación atlantista y  pro europea y favorecía un régimen librecambista y de atracción de las inversiones extranjeras.
Durante la Conferencia Panamericana el canciller argentino defendió el vinculo privilegiado con el Viejo Continente, le preocupaba que la conferencia tuviera por objeto disputar le hegemonía europea; que EEUU, mientras proponía una unión aduanera, mantuviera restricciones de los productos latinoamericanos a sus mercados; que se avanzara en una integración entre Argentina y EEUU, teniendo en cuenta el carácter más competitivos que complementario de sus economías. El problema es que EEUU era un gran productor y exportador de cereales, lanas, y carnes, los mismos bienes que Argentina producía y ofrecía al mercado mundial. Los productores agropecuarios tenían una gran capacidad de lobby sobre el Congreso de su país.
Los delegados argentinos lograron limitar el avance estadounidense hacia el sur, no para tener mayor autonomía en función de un proyecto latinoamericano, sino para seguir en el área de influencia del Reino Unido, país al cual los gobernantes oligárquicos rendían pleitesía.
 La Unión Panamericana perduro hasta la segunda guerra mundial, y en 1948 se transformo en la Organización de los Estados Americanos (OEA).
ACUERDOS Y DESACUERDOS
Desde la intromisión de Estados Unidos en la guerra de independencia de Cuba en 1898, el país del Norte desplegó una política agresiva en América. Theodore Roosevelt (1901-1909), con la política del Gran Garrote, fomentó el desembarco de marines en América Central y el Caribe: Cuba, República Dominicana, Haití, Puerto Rico, Nicaragua y México sufrieron la avanzada imperialista. La defensa del principio de no intervención y  la condena del derecho de conquista pasó a ser una reivindicación creciente en América Latina. Los gobiernos argentinos plantearon la problemática en distintas conferencias panamericanas y propusieron nuevas doctrinas, como la impulsada por el canciller Luis María Drago. Pero el departamento de Estado no estaba dispuesto a ceder en lo que consideraba un atributo de la política exterior estadounidense: proteger los intereses y las inversiones de sus capitalistas, inclusive si éstas estuvieran radicadas en otros países del continente. Roosevelt señaló que el respeto de la soberanía de los países débiles dependía de que éstos garantizaran el poder interno y cumplieran con sus compromisos externos. Estados Unidos ampliaba sus incursiones militares y se trasformaba en un gran prestamista y exportador de capitales y mercancías. El gobierno y sus tropas defendían los intereses de su amplio patio trasero.
En 1904 Roosevelt reivindicó el derecho de su país a ser el gendarme en América y a intervenir en los países caóticos de América, fomentaba el separatismo en Panamá (se desprendió de Colombia) y el control semicolonial del nuevo país, en el que construiría el estratégico canal interoceánico.
En esos años Argentina y Washington había negociado un convenio que rebajaba aranceles en varios productos para una mayor reciprocidad en el comercio bilateral. Dicho acuerdo no fue ratificado por el Senado estadounidense, en el que los intereses agropecuarios ejercían una fuerte presión. Por este motivo Argentina boicoteó algunas iniciativas de la Unión panamericana y aprovechó las reuniones continentales para fustigar contra el proteccionismo estadounidense.
En 1906 por primera vez un secretario de Estado visita Buenos Aires. En los meses siguientes aumentaron las inversiones cuando se instalaron los frigoríficos Swift y Amour. También se puso en marcha una línea de vapores que unía Buenos Aires con los principales puertos estadounidenses. Esto permitió una distensión en las relaciones  bilaterales, Argentina dejó de lado su actitud obstruccionista y de virtual boicot en la organización continental impulsada por  la Casa Blanca. En 1914 Estados Unidos establecía una embajada en Buenos Aires, sin embargo, el relativo acercamiento bilateral, impulsado por las crecientes relaciones económicas, encontró nuevos obstáculos con el fin del régimen oligárquico y la llegada al poder de Hipólito Yrigoyen.  
Con la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos presionó a los demás países  del continente para que hicieran lo propio. A pesar del hundimiento de dos barcos argentinos y el voto del Congreso para interrumpir las relaciones diplomáticas con Alemania, Yrigoyen mantuvo la neutralidad. El gobierno radical convocó a los neutrales para impulsar la unidad y establecer una posición conjunta, esto excluía a Estados Unidos, que ya había ingresado en la guerra. Washington boicoteó la iniciativa presionando a los demás países latinoamericanos a que no participaran. Lo hizo con éxito y fracasaba así el intento de establecer una coordinación latinoamericana que pudiera avanzar más allá del control del Departamento de Estado.
En la década de 1920, a medida que Estados Unidos se consolidaba como la nueva potencia hegemónica en el orden mundial, amplió sus intervenciones imperialistas en América Latina.
Lo que más le preocupaba a los exportadores argentinos por esos años era el creciente proteccionismo agrícola estadounidense. La gota que rebasó el vaso fue el embargo sanitario impuesto en 1927 por la aftosa, Estados Unidos prohibió la importación de ganado en pie proveniente de Argentina. Los poderosos intereses agropecuarios, el Farm bloc (Bloque Agrícola), lograron que con medidas paraarancelarias se los protegiera del competidor del Sur. La Sociedad Rural Argentina planteó la consigna de “comprar a quien nos compran”, reforzar el menguante comercio con Gran Bretaña como represaría a la dificultad de acceder al mercado estadounidense.
En la Sexta Conferencia Panamericana (La Habana, 1928) el embajador argentino se pronunció a favor del principio de no intervención, rechazando la política exterior estadounidense por la nueva injerencia en Nicaragua, y atacó el proteccionismo. Amenazó con que Argentina no firmaría la Convención de la Unión Panamericana sino se incluía una cláusula económica que redujera las barreras aduaneras, permitiera una libre circulación de los productos agrícolas y que las normas sanitarias fueran adoptadas conjuntamente y no utilizadas como una forma de proteccionismo. La delegación argentina estaba dividida por radicales personalistas y antipersonalistas y el Departamento de Estado utilizó estas fracturas internas para doblegar la posición argentina.
Estados Unidos logró su cometido: se aprobó la Convención de la Unión Panamericana sin la cláusula económica que pretendía Argentina y se pospuso el tratamiento del principio de no intervención.
En el segundo mandato de Yrigoyen las tensiones se potencian, la nacionalización del petróleo impulsada por el gobierno afectaba a la Standard Oil Company y sus subsidiarias. En  diciembre de 1928 fue congelada la representación diplomática en el país del Norte por orden de Yrigoyen. Ese mismo mes el presidente electo de Estados Unidos, el republicano Herbert Hoover, realizó una gira por América Latina para fomentar la nueva política del buen vecino y morigerar el sentimiento antiyanqui en la región. En su visita a Buenos Aires, Yrigoyen le planteó que Estados Unidos debía respetar la soberanía de los países latinoamericanos. Yrigoyen muestra una orientación relativamente autónoma, postura que no era similar en relación con Gran Bretaña, su política exterior se enmarcaba en la línea de quienes planteaban como necesario recostarse en una potencia (Gran Bretaña) para obtener mayores márgenes de autonomía con respecto a Estados Unidos.
En plena depresión económica tras la crisis de 1929, el gobierno de Franklin Roosevelt relanzó la política del “buen vecino” en busca de una relación diplomática más distendida. Este supuesto giro no implicó que siguieran a la orden del día las alianzas con dictadores latinoamericanos como Somoza en Nicaragua y Trujillo en República Dominicana.
Argentina acababa de firmar el Pacto Roca- Runciman con Gran Bretaña. También  existían expectativas para alcanzar un acuerdo comercial bilateral con Estados Unidos que fue bloqueado por el bloque agrícola y la poderosa Secretaría de Agricultura.
Estados Unidos consideró que su relación con los países latinoamericanos no podía constar sólo de garrotes, sino también precisaba mostrar zanahorias. Las promesas de ayuda económica o de apertura comercial, que raramente se concretaban, servían para establecer relaciones bilaterales con cada uno de los países, generar expectativas y hacer abortar negociaciones económicas conjuntas, como la propuesta mexicana de discutir en el ámbito panamericano la refinanciación de las deudas externas de los países de la región.
NADIE ES NEUTRAL
El período 1936-1946 fue uno de los más conflictivos en la historia de la relación bilateral. Uno de los ejes de la tensión giró entorno de los distintos posicionamientos respecto de la Segunda Guerra Mundial. En 1941 Estados Unidos declaró la guerra y pretendió que todos los países latinoamericanos rompieran relación con el Eje. Argentina resistió esa exigencia y se mantuvo neutral hasta 1944; eso le valió presiones económicas y diplomáticas por parte de Washington. 
El objetivo de la Casa Blanca era conseguir el compromiso de los 21 países de la Unión Panamericana para crear un mecanismo efectivo que permitiera repeler una eventual agresión extracontinental. En detrimento de las aspiraciones estadounidenses, Argentina sostuvo que había que adoptar una actitud “universalista” y apostar por la organización internacional con sede en Ginebra. No podía erigirse en América, argumentaba, una Liga de Naciones paralela.
Según el planteo argentino se debía avanzar en cinco ejes:
þ  Reforzar los instrumentos ya vigentes para consolidar la paz, siempre que fueran de carácter universal y no exclusivamente americanos;
þ  Establecer el compromiso de no intervenir diplomática ni militarmente en otros estados, con la excusa de defender los intereses de ciudadanos o empresas nacionales;
þ  Disponer una tregua aduanera para contrarrestar la guerra de tarifas que se extendía en el mundo;
þ  Reducir las restricciones sanitarias para la importación de productos agropecuarios;
þ  Fomentar los transportes marítimos para un mayor comercio interamericano.
Luego de múltiples negociaciones  se estableció una Convención sobre Mantenimiento, Afianzamiento y Restablecimiento de la Paz, que preveía consultas interamericanas en caso de conflictos o guerras que afectaran a los países americanos. Además se estableció un Protocolo sobre No Intervención y una Declaración sobre Solidaridad y Cooperación Hemisférica. Esto estuvo muy lejos del compromiso concreto de solidaridad continental que ansiaba Estados Unidos; la vocación europeísta de los diplomáticos argentinos en su política exterior (Ginebra debía ser el Norte y no Washington) estableció límites a las pretensiones estratégicas del gigante del Norte. Años más tarde calificó a Argentina como el “mal vecino” del Sur.
Argentina fue el último país latinoamericano en abandonar la neutralidad y romper relaciones con el Eje, al ejercer  la Casa Blanca todo tipo de presiones: no le vendió más armamentos, restringió las exportaciones de bienes vitales para la industrialización del país, no hubo más préstamos ni radicación de nuevas inversiones. Además retiró a su embajador y presionó a Gran Bretaña y países latinoamericanos para que hicieran lo propio, procuró aislar al país. Hasta concibió un plan para restringir el consumo de carne en Estados Unidos, para generar un saldo exportable hacia Gran Bretaña que pudiera reemplazar las compras de carne argentina y desestabilizar económicamente a Argentina.  Sin embargo, Gran Bretaña se negó, primero porque necesitaba carne argentina para alimentar a sus tropas, y segundo porque sabía que Estados Unidos estaba intentando reemplazar lo que quedaba de influencia británica en el Río de la Plata; la posición frente a la guerra era secundaria para sus intereses. Lo que se daba veladamente era una disputa entre Gran Bretaña y Estados Unidos por la hegemonía en la Argentina, uno de los últimos bastiones ingleses en América.
Pese a las presiones y la calificación de nazifascista, Argentina sostuvo la neutralidad, primero por razones económicas, los exportadores de materias primas eran partidarios de mantener la neutralidad para poder seguir vendiendo sin las dificultades de ser beligerantes. Estos intereses se conjugaban con otros: sectores nacionalistas que se negaban a encolumnarse tras los designios de Estados Unidos, grupos anticomunistas que renegaban de la alianza Estados Unidos-Unión Soviética, corrientes ligadas a la Iglesia Católica y algunos militares adherentes a  la ideología nazifascista; además las sanciones estadounidenses fueron reforzando las posiciones neutralistas.
Pedro Ramírez rompe relaciones con el Eje en 1944 tras la amenazas del Departamento de Estado de publicar los documentos del “affaire Hellmuth” (un oficial argentino de origen alemán enviado a Europa a comprar armas que fue detenido por la inteligencia aliada y acusado de espionaje) y del supuesto apoyo argentino al golpe militar en Bolivia contra Peñaranda en 1943. Esto le costó la presidencia y fue desplazado por la dupla Farrell-Perón, opuestos a lo que suponían una inaceptable concesión al Departamento de Estado.
Desde principios de 1944, Argentina estaba semiaislada diplomáticamente y el sistema interamericano virtualmente paralizado, entre otras razones por el conflicto Washington-Buenos Aires. La guerra estaba pronta a finalizar y se discutiría la posterior reconfiguración del mundo. En el Departamento de Estado se planteaban que había que llegar a un acuerdo con la Casa Rosada para unificar a todo el continente.
Rockeferrer con cuantiosos vínculos económicos y políticos en América Latina era el principal exponente de esta corriente, representaba a los grandes industriales y financistas querían hacer negocios en y con Argentina y terminar de desplazar a Gran Bretaña del Cono Sur. Las Fuerza Armadas estadounidenses y el complejo militar-industrial asociados a ellas deseaban un acuerdo para proveerles de armamentos. Profundizar los lazos hemisféricos aún con los militares más reacios al avance estadounidense, quienes al fin y al cabo eran profundamente anticomunistas. Los líderes de las grandes potencias estaban repartiéndose el mundo, y Estados Unidos sostenía que América debía ser indiscutidamente su área de influencia. Para ello, requerían mostrar la cohesión del sistema interamericano.
En 1945 se reunió en México la Conferencia de Chapultepec en la que se delineó la organización panamericana de posguerra, la que tres años más tarde se trasformó en la OEA y se fue readmitida la Argentina ya que no pudo participar en la conferencia.
El gobierno argentino declaró la guerra al Eje, firmó el Acta de Chapultepec, normalizó las relaciones diplomáticas y los demás países que se le habían sumado retirando sus embajadores y pudo participar en la Asamblea fundacional de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esto último fue posible por la presión latinoamericana y la gestión de Rockeferrer, a pesar de la fuerte oposición de la Unión Soviética y de sectores del Departamento de Estado que resistían el acercamiento al gobierno argentino.
LA TERCERA POSICIÓN
Las relaciones entre Argentina y Estados Unidos durante el primer peronismo fueron tensas, contradictorias y registraron idas y vueltas. Su choque publicitario  con el embajador estadounidense Braden por intentar amalgamar a la oposición al gobierno militar y articularla a través del frente que luego se plasmó en la Unión Democrática.
Perón planteó una política exterior original, la Tercera Posición, que pretendía cierta autonomía frente a las potencias en el marco de la naciente Guerra Fría.
El inicio de la Guerra Fría y el lanzamiento de la doctrina Truman de contención al comunismo aceleraron las necesidades de un pacto militar continental y pudo concretarse en la Conferencia para el Mantenimiento de la Seguridad y de la Paz, en la que se aprobó el TIAR.
La crisis 1949-52 mostró los límites del proyecto económico peronistas, e impuso una reorientación del vínculo con Washington, determinado por la expansión de los capitales estadounidenses en todo el continente. El abastecimiento de bienes estadounidenses era central para el proyecto industrialista.
En las conferencias panamericanas, las delegaciones argentinas insistieron en la necesidad de que América Latina recibiera una “ayuda” como la que Estados Unidos destinaba a Europa a través del Plan Marshall. La prioridad de Estados Unidos era contener el avance del comunismo en Europa y Asia, con lo cual nunca se concretaron las promesas de ayuda que solicitaban los gobiernos latinoamericanos. Pero la “zanahoria” siempre estuvo presente. Estas promesas fueron además un instrumento para bloquear una integración latinoamericana alternativa. Las necesidades económicas aún en la etapa “dorada” 1946-49 estaban a la orden del día.
La Casa Blanca consiguió que, sin demasiadas resistencias, se aprobara la Carta de la OEA. Esta institucionalización de las relaciones interamericanas, bajo el comando de Washington, fue una manifestación del avance de Estados Unidos en América y una muestra de la incapacidad de los gobiernos latinoamericanas para construir una integración alternativa.
No habría un Plan Marshall para América Latina y hasta se bloqueaba la posibilidad de que Europa utilizara esos fondos para comprar bienes argentinos.
Perón debió transitar un delicado equilibrio entre las necesidades financieras y comerciales, los compromisos exigidos a cambio (participación en la Guerra de Corea, aprobación del TIAR y de la Carta de la OEA) y una política y discurso nacionalistas y con algunos enunciados antiimperialistas. El inicial compromiso de enviar tropas a Asia, la ley de inversiones extranjeras y los precontratos petroleros con la Standard Oil Company generaron críticas y tensiones entre algunos sectores nacionalistas.
Para entender la política exterior peronista se debe situarse en el particular contexto de la inmediata posguerra, el inicio del mundo bipolar y la Guerra Fría (1947), que dio lugar al surgimiento de los países “no alineados”. La Tercera Posición implicaba una diversificación de los vínculos exteriores, que pivoteaban entre acuerdos o tensiones con la nueva potencia hegemónica  (Estados Unidos), los socios tradicionales (Gran Bretaña), la España de Franco y la Unión Soviética.
“Ni yanquis ni marxistas” fue la consigna que sintetizaba la pretendida autonomía que Perón planteaba respecto de Washington y Moscú. Siempre dentro del mundo capitalista Perón coqueteó con un acercamiento a la Unión Soviética para tener un mayor margen de autonomía en las relaciones de la Casa Blanca.
La Tercera Posición implicó una nueva orientación muy vinculada con la perspectiva reformista y más autonomista del proyecto nacionalista burgués que Perón intentó desplegar en esos años. No significaba “equidistancia” ya que siempre se remarcó la adscripción occidental, cristiana y cristina y anticomunista del proyecto peronista, pero ese planteo permitió a la Casa Rosada mayores niveles de autonomía en su vínculo con Washington, que era la potencia indiscutida en América, y que avanzó para profundizar la penetración económica (oleada de capitales estadounidenses), diplomática (creación de la OEA) y militar (firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR).
Perón intentó construir una integración latinoamericana sobre la base de acuerdos comerciales y aduaneros, que fue boicoteada por la Casa Blanca y por buena parte de las clases dominantes de la región, con lo cual no prosperó.  
El gobierno de Perón debió afrontar la primera crisis económica seria, con fuertes caídas en las exportaciones. Argentina debió negociar el pedido de financiamiento a Estados Unidos para poder solventar las importaciones provenientes de este país.
Cuando estalló en guerra en Corea, Estados Unidos volvió a exigir la intervención latinoamericana. Washington presionó a Perón para que ratificara el TIAR y para que enviara tropas, sin embargo las movilizaciones opositoras en distintos puntos de país hicieron que finalmente no se enviaran soldados argentinos a Asia.
La Casa  Blanca temía que Perón reflotara el proyecto de  una integración latinoamericana de orientación antiestadounidense.
La compleja situación financiera del gobierno argentino morigeró una potencial posición autónoma o latinoamericanista, como temían diplomáticos estadounidenses
Hacia 1952 Estados Unidos desplegó una activa política para impedir la proliferación de gobiernos y procesos reformistas en Latinoamérica. La excusa era evitar la infiltración comunista en el continente.
Por un lado, se alentó el desembarco masivo de capitales estadounidenses, exigiéndoles  a los gobiernos mayores garantías para su radicación. Nada de financiamiento al sector público, como reclamaban muchos representantes latinoamericanos, ya que eso implicaría promocionar los programas estatizantes y nacionalistas. Por otra parte, se atacó a los procesos más radicales, como por ejemplo el guatemalteco, que desplegaba una reforma agraria y nacionalización de empresas.
En el caso argentino se aprobó la ley de inversiones extranjeras que favoreció la radicación de empresas estadounidenses. También se generaron las condiciones para los futuros acuerdos petroleros con una subsidiaria de la Standart Oil Company de California, vinculada a la explotación de petróleo en Santa Cruz. Esta iniciativa que generó tanta oposición interna muestra las limitaciones del proceso de industrialización por sustitución de importaciones y consecuentemente el carácter ambivalente de la política exterior peronista.
El acercamiento bilateral tenía limitaciones, Argentina junto con México se abstuvieron de aprobar una declaración anticomunista dirigida contra el gobierno de Guatemala que planteó en la Conferencia Panamericana, Estados Unidos.
El vínculo con Washington, durante la segunda presidencia de Perón fue mucho más cordial, coincidió con un mayor flujo de capitales estadounidenses a la región. Aún así, Perón seguía siendo muy resistido en Estados Unidos y el golpe de Estado de 1955 fue recibido con satisfacción en amplios círculos de Washington. Consideraban que con su salida se había eliminado una amenaza en el sur del continente.
EL SOMETIMIENTO
La Revolución Mexicana marcó un quiebre  en la relación entre Estados Unidos y América Latina, ahora el enfrentamiento bipolar se instalaba en el “patio trasero” estadounidense.
La Casa Blanca desplegó una nueva política hacia la región con las dos caras habituales, se lanzó la Alianza para el Progreso (ALPRO) un plan de financiamiento para América Latina que solucionaría décadas de pobreza y atraso. Pero la zanahoria iba acompañada del garrote. Se implementó la Doctrina de Seguridad Nacional y en la Escuela de las Américas se entrenó a muchos de los militares que protagonizaron golpes de Estado en los años siguientes. La Casa Blanca presionó a Frondizi para que votara la expulsión de Cuba de la OEA y rompiera relaciones con la isla, luego a Illia para que se sumara a la fuerza interamericana que intervino en República Dominicana en 1965.
El golpe de Onganía implicó un inédito acercamiento bilateral al adaptarse a los mandatos estadounidenses que exigían combatir el peligro comunista interno. Se desplegaba una “Doctrina del Sometimiento Nacional” y las fuerzas armadas latinoamericanas fueron una herramienta fundamental del Pentágono para combatir a los movimientos populares que se expandían a lo largo del continente.
La Alianza para el Progreso que a lo largo de una década otorgaría 20 mil millones de dólares para asistir a América latina en el combate contra la pobreza, el atraso agrario, el analfabetismo y la escasez de viviendas. De lo prometido poco se concretó, las preocupaciones del Departamento de Estado se trasladaron a Asia y la mayor parte de los fondos disponibles fueron dirigidos hacia la guerra de Vietnam.
El intervencionismo militar se incrementó en la década de 1960. El sistema interamericano fue utilizado por el Departamento de Estado para apoyar esta política intervencionista. Se acordó la expulsión de Cuba de la OEA, la creación de la Junta Interamericana de Defensa (JID), punta de lanza junto al Colegio Interamericano de Defensa y la Escuela de las Américas para establecer una “academia de golpes de Estado” para abortar proyectos políticos que interfieran con los intereses de Washington. Al mismo tiempo impulsó la balcanización de América latina. Estados Unidos consideraba fundamental impedir tanto el avance de regímenes tolerantes con el socialismo y sus posturas, como la concreción de una integración regional por fuera de su órbita.
Con la presidencia de Frondizi, la relación Argentina-Estados Unidos atravesó un entendimiento relativo, producto de los acuerdos económicos que alentó con empresas de capitales estadounidenses y del financiamiento que demandó al FMI y a los grandes bancos del país del Norte. Hasta que se produce la Revolución Cubana y la lucha anticomunista en América pasó a primer plano en la política exterior de Washington. Frondizi disintió con la orientación asistencialista de la ALPRO (orientada a resolver las carencias de viviendas, trabajo, tierras, salud y educación) y se opuso a la política de expulsión de Cuba de la OEA y de ruptura de relaciones diplomáticas con la isla. Inicialmente reivindicó el respeto de autodeterminación de los pueblos, la no intervención en otros países y la solución pacífica de los conflictos internacionales. Interpretó erróneamente que el “problema cubano” era una oportunidad para obtener ventajas por parte de Estados Unidos y obtener financiamiento para diversos proyectos de desarrollo, como la represa de El Chocón.
Dadas las limitaciones de su proyecto desarrollista, la relación dependiente con el capital extranjero y la temprana ruptura de la alianza electoral, no pudo construir la correlación de fuerzas políticas necesaria para resistir las presiones externas, del Departamento de Estado, e internas, de la Fuerzas Armadas, cada vez más cercanas a la Doctrina de Seguridad Nacional.
El Gobierno de Illia tuvo diversos cortocircuitos con la Casa Blanca, una de las propuestas de su campaña electoral fue la anulación de los contratos petroleros firmados por Frondizi, denunciados como irregulares y fraudulentos. Una vez tomada la medida fueron afectadas importantes petroleras estadounidenses. Además, La Ley de Medicamentos, alentaba la producción de genéricos y regulaba a los laboratorios extranjeros.
La negativa de Illia a realizar una reforma financiera a la medida de los bancos estadounidenses, se terminará concretando con el golpe de 1966.
La Cancillería argentina logró en 1965 la votación en la ONU de la resolución 2065, que instaba a Gran Bretaña y Argentina a reanudar en forma inmediata las negociaciones por la soberanía de las Islas Malvinas. Para la histórica alianza entre Gran Bretaña y Estados Unidos esto podría ser un problema. Con Illia se diversificaron los vínculos comerciales externos, China se transformó en un destino importante de exportaciones argentinas, proceso que limitaba la capacidad de presión de Washington.
Con la excusa de evitar “otra Cuba” en el Caribe, Estados Unidos dispuso unilateralmente intervenir militarmente en República Dominicana para aplastar las fuerzas democráticas. Estados Unidos presionó para conformar una Fuerza Interamericana de Paz (FIP) para legitimar su invasión, transformándola en una acción aparentemente multilateral. El voto argentino fue clave para lograr mayoría y crear este organismo.
Finalmente Illia resolvió no participar en la intervención a Santo Domingo, esto hizo que las Fuerzas Armadas locales concretaron el golpe de Estado de 1966.
La política exterior de Illia y su relativa autonomía respecto de Estados Unidos, fueron una de las causas del golpe de estado, inspirado en la Doctrina  de Seguridad Nacional y encabezado por el general Onganía que, a los ojos de la CIA y según prueban documentos desclasificados, era considerado un buen amigo de Estados Unidos.
DERECHOS Y HUMANOS
Las últimas dictaduras militares argentinas tuvieron una sinuosa relación con la Casa Blanca, plagada de idas y vueltas. El acercamiento de Onganía a Washington se vio apocado cuando su gobierno se negó a implementar la política de desarme y no proliferación nuclear, que generó una serie de cortocircuitos y represalias: limitara la provisión de pertrechos militares. Onganía se volcó al reforzamiento de los vínculos militares con el Viejo Continente, para modernizar y equipar las Fuerzas sin depender del tanto del suministro estadounidense. Importantes obras públicas fueron asignadas a empresas europeas como Atucha por ejemplo, que quedó a cargo de la alemana Siemens.
El giro de las relaciones bilaterales se consumirá con la salida de Onganía y la llegada de Levington y luego con Lanusse.
El debilitamiento de la economía de Estados Unidos: crisis del dólar en 1971 y del petróleo 1973, impulsó la “apertura hacia el Este”, que implicó una renovada relación económica y política con la Unión Soviética y sus aliados, para incrementar la colocación de bienes agropecuarios. Este nuevo patrón de inserción internacional en el marco de la Guerra Fría generó resquemores con Washington. La política represiva que no hizo más que profundizarse tras el Cordobazo, no inhibía al gobierno  militar para desplegar un pragmatismo en los vínculos exteriores, profundizando las relaciones comerciales con el “bloque socialista”. 
 Durante la gestión económica de Vasena se alentó la radicación de empresas estadounidenses y aumentaron los préstamos del Tesoro y de la banca privada de ese país. En el FMI, Estados Unidos apoyó los créditos solicitados por Argentina. La extranjerización de la economía era funcional a la exportación de capitales estadounidenses.
La vuelta de Peronismo planteó una renovación de la Tercera Posición. Con Cámpora, se tensaron las relaciones al plantear que era necesario reestructurar la OEA, debido a que Estados Unidos había alentado la balcanización americana y que no había confluencia de intereses entre las trasnacionales estadounidenses y los países latinoamericanos; exigió también la revisión del TIAR, la reincorporación de Cuba y reconoció los derechos de Panamá sobre el canal interoceánico ocupado por Estados Unidos. Esta posición antiestadounidense generó simpatías en América Latina, lo que llevó a Estados Unidos a reaccionar con cautela, negando que su país tuviera las pretensiones hegemónicas denunciadas por Argentina. Durante el interinato de Lastiri hubo una relativa distensión ya que intentó una ligera moderación del perfil confrontativo, aunque las tensiones se mantuvieron: Argentina  se reintegró al Movimiento de los Países No Alineados, criticó la doctrina estadounidense de seguridad hemisférica y rompió el bloqueo económico a Cuba.
 En su tercer mandato Perón intentó mejorar el vínculo con la intensión de atraer capitales estadounidenses. Profundizando los vínculos con Europa occidental, pretendía lograr una mayor autonomía respecto de Estados Unidos.
El presidente Nixon para morigerar la reacción antiestadounidense en el continente prometió abordar el problema del Canal de Panamá y revisar medidas comerciales y financieras, en un contexto de crisis económica internacional y caída de la demanda europea de bienes primarios. Una vez más se desplegaba una combinación de zanahoria y garrote. La CIA participó del derrocamiento a Allende y en el golpe de Estado en Uruguay.
 La Casa Blanca al apoyar el golpe de Pinochet contra Allende, generó el rechazo de muchos países en el continente, e intentó recomponer las relaciones a través del “Nuevo Diálogo”  que nunca fue más allá de la retórica y las promesas, tendientes a aplacar la yanquifobia regional.
Durante el gobierno de Isabel de Perón la relación bilateral fue contradictoria ya que se buscaba mejorar el vínculo con Washington al tiempo que se anunciaban políticas nacionalistas que afectaban importantes negocios de ese país. El FMI y la banca estadounidense retuvieron créditos ya aprobados para Argentina hasta asfixiarla en lo financiero previamente al anunciado golpe de Estado.
El vínculo bilateral dio un giro cuando en 1976 pasaba a ocupar el Ministerio de Economía Alfredo Martínez de Hoz, con fluidos vínculos con Rockefeller y la banca estadounidense. Se dio toda la ayuda financiera posible  y asistencia militar a la Junta Militar encabezada por Videla.
Videla proclamó su lineamiento con Occidente y la lucha contra el comunismo siguiendo la Doctrina de Seguridad Nacional. Sin embargo, la violación de los derechos humanos fue un eje de conflicto recurrente, mientras se sancionaban no se hacía lo propio con la dictadura de Pinochet, ni había una condena por el Plan Cóndor impulsado por la CIA.
 En esos años se estableció un triángulo económico con Estados Unidos y la Unión Soviética, el primero era el abastecedor principal de las importaciones argentinas y sostenían financieramente la espiral de endeudamiento requerida por la política de dólar barato y la tablita de Martínez de Hoz. La Unión Soviética y los países de Europa del Este, fueron el destino privilegiado de los cereales y las carnes argentinas.
En 1979 tras la invasión soviética a Afganistán, Estados Unidos lanzó un embargo comercial contra su rival, embargo que Argentina se negó a aceptarlo, sumado a las acusaciones por la violación de los derechos humanos y a la negativa de apoyar la política de Washington de no proliferación nuclear en América Latina tensaron las relaciones con la Casa Blanca la cual ejerció distintas presiones sobre Videla: no vendiendo armamentos, limitando la provisión de bienes estratégicos e impulsando una misión de la OEA que llegó al país a recoger acusaciones sobre el terrorismo de Estado. El informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dejó mal parado al gobierno e incrementó las presiones externas e internas. De todas formas, la gran banca privada y el Tesoro estadounidense siguieron financiando a la Junta.
Con la Revolución Sandinista en Nicaragua Washington incrementó la política dura de combate contra el comunismo en América.
En 1981 Reagan planteó una nueva estrategia para contener al comunismo y al “imperio del mal” o sea la Unión Soviética. El respeto o no de los derechos humanos pasaba a ser totalmente secundario. La CIA comenzó a trabajar en secreto con las Fuerzas Armadas argentinas en operaciones en Nicaragua. Con la llegada de Galtieri al poder, la dictadura local pasaba a ser una aliada de Washington en la lucha contrarrevolucionaria en toda América.
El fugaz acercamiento de difuminó con el estallido de la Guerra de Malvinas en 1982. Estados Unidos ratificó su histórica alianza con Londres. La OTAN y no el TIAR fue la elección de Estados Unidos, país que luego adoptó una actitud de cautela para mejorar la relación con América Latina, deteriorada luego de la posición pro inglesa durante la guerra de Malvinas y por el estallido de la crisis de la deuda externa en México.
RELACIONES CARNALES
Alfonsín intentó dar seguridades a Washington, declarando que el país se identificaba con Occidente y no desplegaría un alto perfil en el Movimiento de los Países No Alineados. Esto no implicaba subordinarse a Estados Unidos ya que persistían, entre otras, diferencias por la no proliferación nuclear, la crisis en América Central y la deuda externa.
Pese a su carácter fraudulento, Alfonsín decidió no repudiar la deuda externa duplicada durante la dictadura. Obtuvo la idea de construir un Club de Deudores en América Latina. Pero la temprana negociación con Estados Unidos y el FMI anularon esa orientación heterodoxa. Tampoco recibió apoyo  europeo, que exigieron en consonancia con Washington, que se llegar a un acuerdo con el FMI. Se descartó así la posibilidad de plantear el carácter “odioso” de la deuda.
Abandonando una posición potencialmente más autónoma se planteo la necesidad de un “giro realista” y así avanzaron los ajustes internos, el Plan Austral contaría con el respaldo de la Casa Blanca y el FMI y el Plan Houston, preveía el llamado a licitación para la  explotación de zonas petroleras.
Esta nueva perspectiva dejó en segundo plano el no alineamiento en relación con Washington y se firmó el tratado de no proliferación nuclear.
Se buscó profundizar los vínculos comerciales con la Unión Soviética y sus aliados y con los gobiernos de Europa occidental.
La caída significativa de las exportaciones a los países del bloque soviético desde 1986 dificultó aún más la inserción económica internacional y aumentó la dependencia del financiamiento externo. En el nuevo mundo post Guerra Fría no había lugar para los no alineados.
 Durante esa “década perdida”, las crisis inflacionarias y de las deudas externas en América Latina generaron mejores condiciones a la Casa Blanca para imponer sus políticas de ajuste en el continente.
El cambio más significativo fue la caída del Muro de Berlín, la disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. La indiscutida hegemonía estadounidense en el ámbito mundial posibilitó a la tríada (Estados Unidos-Europa-Japón) el establecimiento del Consenso de Washington, que impuso una serie de políticas económicas y reformas estructurales a los países endeudados. Se les exigía una amplia reforma de los Estados, privatizaciones, mayores facilidades a las inversiones extranjeras, aumento de impuestos, y ajuste en los gastos, para lograr superávit fiscal y pagar la deuda externa. Fue una de las manifestaciones de la ofensiva del capital sobre el trabajo que signó a la etapa neoliberal.
Menen asumió el poder dispuesto a hacer los ajustes que el gran capital trasnacional requería, alineado con Estados Unidos, el grado de profundización de las relaciones fue caracterizado de “carnales”, epíteto que se constituyó en un símbolo de la sujeción a los mandatos de la Casa Blanca, siendo el alumno a imitar según el FMI.
En esos años de privatizaciones, apertura de la economía, convertibilidad, ataque contra las conquistas históricas de los trabajadores y caída y concentración industrial, se enviaron naves a la Guerra del Golfo, se desmanteló la estratégica iniciativa del misil Cóndor II y de diversos proyectos de industrias aeroespacial y de defensa, se votó en la ONU según dictaba el Departamento de Estado, se concretó el retiro del Movimiento de los Países No alineados, se adhirió a los tratados de no proliferación nuclear, se produjo la primer visita de un presidente peronista a Estados Unidos y de un mandatario argentino a Israel, se firmaron múltiples convenios con Washington y se eligió a Argentina como aliado “extra OTAN”.
Hubo también fluidos vínculos económicos con potencias europeas que competían con los capitales estadounidenses para controlar las empresas de servicios públicos que pasaban a manos privadas. España fue uno de los principales inversores.
Washington impuso el NAFTA y preparó su proyecto más ambicioso: el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), Argentina, durante el menemismo, no planteó obstáculos a la concesión de esta iniciativa. Del nacionalismo reformista peronista que reivindicaba la Tercera Posición, se mutó al “realismo periférico”. Los países débiles, se decía, deben asumir su condición y no confrontar con las potencias. La teoría del “realismo periférico” era alinearse a Estados Unidos, eso daba seguridad jurídica, impulsaba la radicación de capitales y el flujo de créditos, claves para sostener la ficticia convertibilidad.
A principios de los años noventa, Bush presentó la “Iniciativa para las Américas”, origen del proyecto ALCA que tenía como objetivo neutralizar el intento de España de reposicionarse en la región y evitar que el Mercosur constituido en 1991 pudiera ser el puntapié para una integración latinoamericana e impulsar acuerdos panamericanos para evitar tanto la integración iberoamericana como latinoamericana.
El ALCA pretendía consolidar el dominio económico de Estados Unidos en el continente, dar mejores condiciones a los capitales de ese país para avanzar en la apropiación de empresas y bienes que estaban en manos de los Estados y competir en mejores condiciones con los capitales europeos y asiáticos. Además era parte de la ofensiva del capital contra el trabajo, este tipo de tratados de libre comercio permitía la libre circulación de  los capitales y las mercancías, pero no así de personas. Eso explica que sindicatos y movimientos sociales los denunciaran como un mecanismo para lograr una mayor explotación de los trabajadores.
Los acuerdos de libre comercio plantean liberalizar los intercambios de bienes industriales, servicios y finanzas, pero no desmontan los obstáculos no arancelarios (medidas sanitarias, subsidios y normas anti-dumping)  al comercio de bienes agropecuarios. A pesar de que este proyecto perjudicaba claramente a los países latinoamericanos el único país que objetó al ALCA fue Venezuela en 2001 con Chávez como presidente.
En 1999 asume la presidencia Fernando de la Rúa y la política economía siguió sin cambios, la convertibilidad era sagrada y en una economía recesiva y más endeudada, mantenerla implicó otorgar más concesiones a los organismos financieros internacionales, profundizando los ajustes hasta niveles social y políticamente intolerables. La situación económica era una bomba de tiempo que explotó con el levantamiento popular de diciembre de 2001.
El vínculo con Washington a los ojos de De la Rúa era vital para mantener la convertibilidad y sostener la afluencia de créditos que permitiera sostener un tipo de cambio cada vez más artificial, en vez de “carnales” se definieron las relaciones como “intensas”. Hubo en esos años varios operativos militares  conjuntos, se mantuvo la misión de gendarmes argentinos en la intervenida Haití y también la participación en las Operaciones para el Mantenimiento de la Paz, a través de las cuales Menem había enviado contingentes militares a países como Kosovo o Timor Oriental. Se mantuvieron los ejercicios aeronavales conjuntos denominados “Gringo-Gaucho” que se habían iniciado en 1990.
Si hubo matices, por ejemplo no se apoyó el Plan Colombia, con el cual Estados Unidos avanzó militarmente en la región.
Luego de los atentados a las Torres Gemelas, la administración Bush lanzó las “guerras preventivas”, se construyó un nuevo enemigo internacional, el terrorismo, que justificó el accionar guerrerista de Estados Unidos.
LA APUESTA LATINOAMERICANA
Hacia 2001, el gobierno vivía palpitando la cotización diaria del “riesgo país”, suerte de termómetro de la desconfianza financiera internacional y de la creciente inviabilidad de la convertibilidad. Las políticas económicas iban en el sentido de dar cada vez más seguridades al FMI, ajustes mediante.
El estallido político y social del 19 y 20 de diciembre obligó a revisar la política exterior, el fugaz presidente Adolfo Rodríguez Saá anunció el no pago de la deuda externa, el hartazgo general permitió cuestionar al FMI, que desde entonces pasó a ser uno de los blanco de las críticas, por las recetas económicas que habían llevado al colapso. Durante el gobierno restaurador de Eduardo Duhalde, Argentina no participó de las invasiones a Afganistán e Irak comandadas por el Pentágono y tampoco votó contra Cuba en la ONU como había ocurrido en las gestiones de Menem y De la Rúa.
En la reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC) los países exportadores de bienes agropecuarios pusieron límites a las pretensiones de las grandes potencias. A partir de allí se empantanaron las negociaciones para profundizar el libre comercio. En 2005 en la IV Cumbre de las Américas, en Mar del Plata los cuatro miembros del Mercosur  y Venezuela rechazaron el ALCA, abriendo una nueva oportunidad a la región floreciendo otros proyectos de integración alternativa como la CSN, el ALBA, y la CELAC.
Hugo Chávez retoma el proyecto de Bolívar a partir de la propuesta de  la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA).
Por su creciente déficit comercial y fiscal y por su excesivo endeudamiento, Estados Unidos necesitaba revertir tendencias económicas de los últimos años. Los sectores financieros, los grandes exportadores y las empresas estadounidenses más concentradas pretendían terminar de apropiarse de un área históricamente disputada con Europa, consolidando la supremacía del dólar y frenando el avance de China que se posiciona en la región.
Brasil y Argentina pretendían presionar para que Estados Unidos, Europa y Japón disminuyeran los subsidios y protecciones a sus productores agropecuarios. Si se les exigía la apertura de sus mercados internos, era indispensable una contraprestación: que se abrieran los mercados europeos y estadounidenses para las exportaciones de estos países.
Después del traspié en Mar del Plata, Estados Unidos optó por avanzar con los Tratados de Libre Comercio (TLC) bilaterales. Pero América latina comenzó a avanzar hacia una integración regional por fuera del mandato y control de Washington.
En 2004 representantes de los 12 países se reunieron en Cusco para fundar la CNS. El impulso inicial giró en torno de las obras de infraestructura que incluían rutas, puentes, centrales hidroeléctricas y gasoductos que implicaban una inversión de 4500 millones de dólares hasta 2010. La CSN nació con serias limitaciones, el hecho de que convivían proyectos y perspectivas disímiles dificultó la convergencia política, económica y estratégica para analizar cuál sería la mejor forma de integración.
En 2007 la CSN pasó a ser la Unasur, que se planteó como una instancia política alternativa a la OEA.
Esta organización ha servido para fortalecer la posición de Evo Morales cuando la oposición intentó desestabilizarlo impulsando un movimiento separatista o cuando se concretó la agresión militar de Colombia a Ecuador. Intentó contrarestar el golpe en Honduras y actuó para frenar el levantamiento de la policía ecuatoriana. También presionó y aisló diplomáticamente a Paraguay cuando su Parlamento destituyó al presidente Fernando Lugo. Esta coordinación de los gobiernos de la región actuó como instancia alternativa a la desprestigiada OEA para atender conflictos regionales sin la omnipresencia estadounidense.
En 2010 se crea la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (CELAC) que reune a 33 países del continente, incluyendo a Cuba, excluye a Estados Unidos y Canadá, su cumbre inaugural se realizó no casualmente en Caracas.
Con el gobierno de Kirchner se inicia una nueva etapa con una política exterior más autóma: se prioriza la integración latinoamericana, se diversifican los vínculos comerciales extrenos creando nuevos lazos con China, India y otros países asiáticos y africanos; se realizan activas gestiones para promover las exportacione; se alentó la creación de la Unasur; se participa destacadamente en el G-20; se dio impulso al Mercosur con una orientación distinta a la del “regionalismo abierto” de los noventa e incorporó a Venezuela en 2012; se canceló la deuda con el FMI; se logró licuar la presión de los bonistas externos y disminuir gran parte de la deuda en defaut; se tuvo una acción diplomática destacada frente al golpe de Honduras; y se puso en marcha una ofensiva internacional para presionar a Gran Bretaña para que inicie las negociaciones por Malvinas.
El ingreso al G-20 y las señales a favor de Estados Unidos y los mercados financieros son interpretados como una manifestación del doble discurso del gobierno.
Durante las presidencias de Néstor Y Cristina Kirchner, el vínculo bilateral atravesó momentos rìpidos y otros de distensión. Luego de la cumbre de Mar del Plata hubo un enfriamiento de la relación, que se intentó revertir tras la llegada de Obama. El 2011 estuvo plegado de tensiones entre los dos gobiernos, pero luego de la reelección de Cristina ambas partes emitieron señales para reencauzar la relación.
 Mucho se ha especulado sobre las motivaciones de Obama: presionar para que Argentina pague a los “fondos buitres”, a las empresas estadounidenses que ganaron fallos ante el CIADI y al Club de París, o para que la Casa Rosada acepte la revisión de sus estadisticas y su economía por parte del FMI. En cuanto a los motivaciones kirchneristas, se detacó la necesiadad de tener el apoyo de Estados Unidos para arreglar con el Club de París y equilibrar la balanza comercial bilateral, actual e históricamente deficitaria, facilitando el acceso de carne y limones, que cuentan con restricciones sanitarias.
La OEA fue perdiendo peso específico en detrimento de la Unasur y la CELAC, instancias latinoamericanas que articularon diplomáticamente a la región sin darle participación a Estados Unidos. Acercarse a la Argentina, en este contexto es vital para Estados Unidos, para no retroceder demasiado en su “patio trasero”.
El kirchnerismo a los ojos de la Casa Blanca parece un mal menor en el continente frente al chavismo, los Castro, Morales, Correa u Ortega









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