RELACIONES PELIGROSAS
ARGENTINA Y ESTADOS UNIDOS
LEANDRO
MORGENFELD: Doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA;
licenciado y profesor de historia por la misma facultad. Especialista y magíster en Historia Económica y de las
Políticas Económicas de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA.
LA
DOCTRINA MONROE
Desde
el conflicto en Europa y las luchas anticoloniales en América latina, los
dirigentes revolucionarios plantearon la necesidad de la ayuda de Estados
Unidos desde el punto de vista político, financiero y militar. Sin embargo, el
gobierno de Washington permaneció al margen y solo se involucró cuando las
pretensiones de Europa parecían fracasar y cuando se aseguro la adquisición de
algunos terrenos. El reconocimiento de las naciones independientes fue esquivo casi
hasta el final de las luchas anticoloniales, éste y la doctrina Monroe
respondieron a las nuevas necesidades geoestratégicas de Estados Unidos, que
comenzaba a disputar a Europa la hegemonía en América Latina.
En
1911 el secretario de Estado Monroe accedió a vender armas aclarando que su
gobierno se mantendría neutral en el conflicto de la Junta de Buenos Aires con
España.
El
reconocimiento se realizo en 1822 dado que anteriormente Estados Unidos no estaba seguro del resultado
de las guerras de independencia y no quería poner en riesgo su propia expansión
territorial.
Monroe
planteó en 1823 en el congreso la doctrina que llevaría su nombre y cuyo lema
era “America for the Americans”, o sea que no permitirían avances de potencias
extranjeras en el Hemisferio Occidental, se considerarían como peligro para la
paz y la seguridad de Washington.
La
doctrina Monroe era una de las manifestaciones del nuevo expansionismo que
Estados Unidos desplegaría en América construyendo un área de influencia
propia, un “patio trasero” bajo su estricto control.
En
Europa esta doctrina fue recibida con frialdad y no reconocida por ningún
gobierno, los países latinoamericanos la interpretaron como un resguardo frente
a posibles ataques de las metrópolis.
PRIMEROS
CONFLICTOS
Hasta
la consolidación de los Estados nacionales en América, transcurrieron décadas
de crisis, inestabilidad y guerras. En Estados Unidos en 1860 la disputa entre
el Norte y el Sur genero una guerra civil que termino con la esclavitud,
consolido a la burguesía y genero las condiciones para su expansión
capitalista. Argentina se constituyo como Estado nacional en 1880 y Brasil
hacia 1889.Durante esas décadas hubo múltiples
intentos de integración regional, el primero impulsado por Simón Bolívar.
Ni
los Estados Unidos ni las Provincias Unidas del Rio de la Plata estaban de
acuerdo con las propuestas de Bolívar. Por motivos distintos, eran recelosos de
la integración continental y no participaron de los congresos. Estados Unidos
deseaba evitar el surgimiento de nuevas colonias y frenar los proyectos para
liberar Cuba y Puerto Rico. Para Buenos Aires la integración regional iba en
desmedro de trasplantar la civilización europea a través de la inmigración y
los capitales.
Al
Congreso de Panamá de 1824 fueron invitadas todos los estados latinoamericanos
que habían logrado la independencia y Estados Unidos. Sin embargo, esto genero
una disputa con Bolívar que estaba a favor de la participación de Gran Bretaña
pero no de la estadounidense, por razones tácticas la protección inglesa era
necesaria frente a los intentos de reconquista de las potencias de Europa
continental. Estados Unidos podría malograr el apoyo británico. Además Bolívar sostenía
que los intereses latinoamericanos no coincidían con los del gigante del Norte.
El
cónclave de Panamá obtuvo resultados magros, hubo otros tres encuentros donde
tampoco se lograron avances significativos ni duraderos, en ninguno de ellos
participaron Argentina y Estados Unidos. Tanto la balcanización latinoamericano
como la muerte de Bolívar debilitaron los siguientes intentos de integración.
Un
nuevo intento fue impulsado una década después por el temor al expansionismo de
Estados Unidos, quien basándose en la doctrina del ”destino manifiesto” anexo
territorio mexicano. En esa oportunidad Chile, Ecuador y Perú firmaron el
Tratado Continental de Alianza y Asistencia Recíproca invitando a los demás
países a suscribirlo.
Con
la ocupación de República Dominicana por
parte de España y el ataque de México por Francia impulsó un nuevo cónclave en
el que Argentina participó como mera observadora. En donde se acordaron
mecanismos de defensa conjunta y de paz y convenciones de comercio, correo y
navegación. Se buscaba además la posibilidad de defender conjuntamente la
soberanía e integridad de las naciones latinoamericanas frente a las amenazas
de las potencias del norte. Sin embargo no logra concretarse. La reconquista
europea era un peligro lejano y comienzan conflictos entre los países que en
algunos casos derivaron en guerras, como la Triple Alianza o la del Pacífico.
Los países abandonaron las ideas de integración dividiéndose y enfrentándose en
luchas por conflictos limítrofes. Europa comienza a ejercer una forma de
dominación a través de la exportación de capitales, préstamos y relaciones
comerciales.
La
balcanización latinoamericana pasó a ser una estrategia tanto europea como
estadounidense.
Estados
Unidos requería de nuevos mercados externos y abastecerse de materias primas
baratas. A fines del siglo XIX las necesidades del gran capital estadounidense
impulsaron a la Casa Blanca a fomentar un nuevo sistema panamericano. Argentina,
según su clase dirigente, debía mantenerse al margen de cualquier proyecto
latinoamericano que la separara de Europa o en el que no se incluyera a Estados
Unidos, bajo un argumento antiamericano y europeísta.
Esta
orientación atlantista y europeísta se verificó cuando Argentina, Brasil y
Uruguay desangraron al Paraguay en una guerra infame.
Los
escasos resultados de la integración regional, se deben en parte, al carácter
de las clases dominantes de la región, conformadas por grandes terratenientes y
comerciantes cuyos intereses se vinculaban al desarrollo de las economías
agroexportadoras y al vinculo subordinado con los grandes centros del
capitalismo mundial en expansión.
Gran
Bretaña abandono las Isla Malvinas en 1774 luego de firmar un acuerdo con
España, quién pasó a ocuparlas, prohibiendo el ingreso de los barcos balleneros
y la pesca extranjera. Acuerdo que tras la independencia no fue respetado por
Estados Unidos generando tensiones entre ambos países. Mientras tanto, Gran
Bretaña avanzó en su pretensión colonialista reivindicando derechos abandonados
en 1774, tomando posesión de las islas en 1833. Sabían que Estados Unidos en
controversia con las Provincias Unidas, no se opondrían a la ocupación inglesa.
Ni el gobierno de Buenos Aires exigió a Estados Unidos que aplicara la doctrina
Monroe.
Durante
los enfrentamientos del gobierno de Rosas con las tropas inglesas y francesas,
en las décadas de 1830 y 1840, el gobernador de Buenos Aires intentó ganarse el
favor de la Casa Blanca. Sin embargo, Estados Unidos reafirmó la prescindencia
de su país y su política de aplicar la doctrina Monroe exclusivamente para
defender los intereses estadounidenses. Ni cuando la expedición naval anglo
francesa invadió aguas argentinas la Casa Blanca consideró que se estaba
violando el principio Monroe, según el cual no podía permitirse la injerencia
europea que afectara la soberanía de las naciones americanas. Entre otras
cosas, lo hizo para evitar que Gran Bretaña pudiera salir a socorrer a México,
víctima del expansionismo estadounidense.
¿AMERICA
PARA LOS AMERICANOS?
La
burguesía estadounidense fue imponiendo la idea de abandonar el aislacionismo;
surgió la idea de crear una organización continental nueva, para disputarle a
Europa y en particular a Gran Bretaña su hegemonía en América del Sur. La
Primera Conferencia Panamericana en 1889 tenía como objetivo crear una Unión
Aduanera, una moneda común, ferrocarriles continentales, un sistema para
resolver controversias entre los países y un banco interamericano. Sin embargo,
las iniciativas de EEUU encontraron una persistente oposición por parte de
Argentina, cuyos delegados no estaban
dispuestos a permitir que avanzara un congreso al que calificaban de “Anti Europeo”.
La
expansión del capitalismo en EEUU fue incesante a fines del siglo XIX. La ex
colonia inglesa paso de ser la cuarta potencia industrial en 1860 a la primera
en 1895. La expansiva frontera del Oeste se agotaba y había que salir a
capturar nuevos mercados.
La
Argentina, había logrado conformar un Estado Nacional. Se establecieron las
bases para una producción a gran escala de alimentos y materias primas, cuyos
mercados eran las potencias europeas. Gran Bretaña era un aliado central de las
clases dominantes locales, que basaban su poder en la gran propiedad de la
tierra, en el comercio exterior y en la actividad financiera. La política
exterior era de orientación atlantista y
pro europea y favorecía un régimen librecambista y de atracción de las
inversiones extranjeras.
Durante
la Conferencia Panamericana el canciller argentino defendió el vinculo
privilegiado con el Viejo Continente, le preocupaba que la conferencia tuviera
por objeto disputar le hegemonía europea; que EEUU, mientras proponía una unión
aduanera, mantuviera restricciones de los productos latinoamericanos a sus
mercados; que se avanzara en una integración entre Argentina y EEUU, teniendo
en cuenta el carácter más competitivos que complementario de sus economías. El
problema es que EEUU era un gran productor y exportador de cereales, lanas, y
carnes, los mismos bienes que Argentina producía y ofrecía al mercado mundial.
Los productores agropecuarios tenían una gran capacidad de lobby sobre
el Congreso de su país.
Los
delegados argentinos lograron limitar el avance estadounidense hacia el sur, no
para tener mayor autonomía en función de un proyecto latinoamericano, sino para
seguir en el área de influencia del Reino Unido, país al cual los gobernantes oligárquicos
rendían pleitesía.
La Unión Panamericana perduro hasta la segunda
guerra mundial, y en 1948 se transformo en la Organización de los Estados
Americanos (OEA).
ACUERDOS
Y DESACUERDOS
Desde
la intromisión de Estados Unidos en la guerra de independencia de Cuba en 1898,
el país del Norte desplegó una política agresiva en América. Theodore Roosevelt
(1901-1909), con la política del Gran Garrote, fomentó el desembarco de marines
en América Central y el Caribe: Cuba, República Dominicana, Haití, Puerto Rico,
Nicaragua y México sufrieron la avanzada imperialista. La defensa del principio
de no intervención y la condena del
derecho de conquista pasó a ser una reivindicación creciente en América Latina.
Los gobiernos argentinos plantearon la problemática en distintas conferencias panamericanas
y propusieron nuevas doctrinas, como la impulsada por el canciller Luis María
Drago. Pero el departamento de Estado no estaba dispuesto a ceder en lo que
consideraba un atributo de la política exterior estadounidense: proteger los
intereses y las inversiones de sus capitalistas, inclusive si éstas estuvieran
radicadas en otros países del continente. Roosevelt señaló que el respeto de la
soberanía de los países débiles dependía de que éstos garantizaran el poder
interno y cumplieran con sus compromisos externos. Estados Unidos ampliaba sus
incursiones militares y se trasformaba en un gran prestamista y exportador de
capitales y mercancías. El gobierno y sus tropas defendían los intereses de su
amplio patio trasero.
En
1904 Roosevelt reivindicó el derecho de su país a ser el gendarme en América y
a intervenir en los países caóticos de América, fomentaba el separatismo en
Panamá (se desprendió de Colombia) y el control semicolonial del nuevo país, en
el que construiría el estratégico canal interoceánico.
En
esos años Argentina y Washington había negociado un convenio que rebajaba
aranceles en varios productos para una mayor reciprocidad en el comercio
bilateral. Dicho acuerdo no fue ratificado por el Senado estadounidense, en el
que los intereses agropecuarios ejercían una fuerte presión. Por este motivo
Argentina boicoteó algunas iniciativas de la Unión panamericana y aprovechó las
reuniones continentales para fustigar contra el proteccionismo estadounidense.
En
1906 por primera vez un secretario de Estado visita Buenos Aires. En los meses
siguientes aumentaron las inversiones cuando se instalaron los frigoríficos Swift
y Amour. También se puso en marcha una línea de vapores que unía
Buenos Aires con los principales puertos estadounidenses. Esto permitió una
distensión en las relaciones bilaterales, Argentina dejó de lado su actitud
obstruccionista y de virtual boicot en la organización continental impulsada
por la Casa Blanca. En 1914 Estados
Unidos establecía una embajada en Buenos Aires, sin embargo, el relativo
acercamiento bilateral, impulsado por las crecientes relaciones económicas,
encontró nuevos obstáculos con el fin del régimen oligárquico y la llegada al
poder de Hipólito Yrigoyen.
Con
la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos presionó a los demás países del continente para que hicieran lo propio. A
pesar del hundimiento de dos barcos argentinos y el voto del Congreso para
interrumpir las relaciones diplomáticas con Alemania, Yrigoyen mantuvo la
neutralidad. El gobierno radical convocó a los neutrales para impulsar la
unidad y establecer una posición conjunta, esto excluía a Estados Unidos, que
ya había ingresado en la guerra. Washington boicoteó la iniciativa presionando
a los demás países latinoamericanos a que no participaran. Lo hizo con éxito y
fracasaba así el intento de establecer una coordinación latinoamericana que
pudiera avanzar más allá del control del Departamento de Estado.
En
la década de 1920, a medida que Estados Unidos se consolidaba como la nueva
potencia hegemónica en el orden mundial, amplió sus intervenciones
imperialistas en América Latina.
Lo
que más le preocupaba a los exportadores argentinos por esos años era el
creciente proteccionismo agrícola estadounidense. La gota que rebasó el vaso
fue el embargo sanitario impuesto en 1927 por la aftosa, Estados Unidos
prohibió la importación de ganado en pie proveniente de Argentina. Los
poderosos intereses agropecuarios, el Farm bloc (Bloque Agrícola),
lograron que con medidas paraarancelarias se los protegiera del competidor del
Sur. La Sociedad Rural Argentina planteó la consigna de “comprar a quien nos
compran”, reforzar el menguante comercio con Gran Bretaña como represaría a la
dificultad de acceder al mercado estadounidense.
En
la Sexta Conferencia Panamericana (La Habana, 1928) el embajador argentino se
pronunció a favor del principio de no intervención, rechazando la política
exterior estadounidense por la nueva injerencia en Nicaragua, y atacó el
proteccionismo. Amenazó con que Argentina no firmaría la Convención de la Unión
Panamericana sino se incluía una cláusula económica que redujera las barreras
aduaneras, permitiera una libre circulación de los productos agrícolas y que
las normas sanitarias fueran adoptadas conjuntamente y no utilizadas como una
forma de proteccionismo. La delegación argentina estaba dividida por radicales
personalistas y antipersonalistas y el Departamento de Estado utilizó estas
fracturas internas para doblegar la posición argentina.
Estados
Unidos logró su cometido: se aprobó la Convención de la Unión Panamericana sin
la cláusula económica que pretendía Argentina y se pospuso el tratamiento del
principio de no intervención.
En
el segundo mandato de Yrigoyen las tensiones se potencian, la nacionalización
del petróleo impulsada por el gobierno afectaba a la Standard Oil
Company y sus subsidiarias. En
diciembre de 1928 fue congelada la representación diplomática en el país
del Norte por orden de Yrigoyen. Ese mismo mes el presidente electo de Estados
Unidos, el republicano Herbert Hoover, realizó una gira por América Latina para
fomentar la nueva política del buen vecino y morigerar el sentimiento
antiyanqui en la región. En su visita a Buenos Aires, Yrigoyen le planteó que
Estados Unidos debía respetar la soberanía de los países latinoamericanos.
Yrigoyen muestra una orientación relativamente autónoma, postura que no era
similar en relación con Gran Bretaña, su política exterior se enmarcaba en la
línea de quienes planteaban como necesario recostarse en una potencia (Gran
Bretaña) para obtener mayores márgenes de autonomía con respecto a Estados
Unidos.
En
plena depresión económica tras la crisis de 1929, el gobierno de Franklin
Roosevelt relanzó la política del “buen vecino” en busca de una relación
diplomática más distendida. Este supuesto giro no implicó que siguieran a la
orden del día las alianzas con dictadores latinoamericanos como Somoza en
Nicaragua y Trujillo en República Dominicana.
Argentina
acababa de firmar el Pacto Roca- Runciman con Gran Bretaña. También existían expectativas para alcanzar un
acuerdo comercial bilateral con Estados Unidos que fue bloqueado por el bloque
agrícola y la poderosa Secretaría de Agricultura.
Estados
Unidos consideró que su relación con los países latinoamericanos no podía
constar sólo de garrotes, sino también precisaba mostrar zanahorias. Las
promesas de ayuda económica o de apertura comercial, que raramente se
concretaban, servían para establecer relaciones bilaterales con cada uno de los
países, generar expectativas y hacer abortar negociaciones económicas
conjuntas, como la propuesta mexicana de discutir en el ámbito panamericano la
refinanciación de las deudas externas de los países de la región.
NADIE
ES NEUTRAL
El
período 1936-1946 fue uno de los más conflictivos en la historia de la relación
bilateral. Uno de los ejes de la tensión giró entorno de los distintos
posicionamientos respecto de la Segunda Guerra Mundial. En 1941 Estados Unidos
declaró la guerra y pretendió que todos los países latinoamericanos rompieran
relación con el Eje. Argentina resistió esa exigencia y se mantuvo neutral
hasta 1944; eso le valió presiones económicas y diplomáticas por parte de
Washington.
El
objetivo de la Casa Blanca era conseguir el compromiso de los 21 países de la
Unión Panamericana para crear un mecanismo efectivo que permitiera repeler una
eventual agresión extracontinental. En detrimento de las aspiraciones
estadounidenses, Argentina sostuvo que había que adoptar una actitud
“universalista” y apostar por la organización internacional con sede en
Ginebra. No podía erigirse en América, argumentaba, una Liga de Naciones
paralela.
Según
el planteo argentino se debía avanzar en cinco ejes:
þ Reforzar los instrumentos ya
vigentes para consolidar la paz, siempre que fueran de carácter universal y no
exclusivamente americanos;
þ Establecer el compromiso de
no intervenir diplomática ni militarmente en otros estados, con la excusa de
defender los intereses de ciudadanos o empresas nacionales;
þ Disponer una tregua aduanera
para contrarrestar la guerra de tarifas que se extendía en el mundo;
þ Reducir las restricciones
sanitarias para la importación de productos agropecuarios;
þ Fomentar los transportes
marítimos para un mayor comercio interamericano.
Luego
de múltiples negociaciones se estableció
una Convención sobre Mantenimiento, Afianzamiento y Restablecimiento de la Paz,
que preveía consultas interamericanas en caso de conflictos o guerras que
afectaran a los países americanos. Además se estableció un Protocolo sobre No
Intervención y una Declaración sobre Solidaridad y Cooperación Hemisférica.
Esto estuvo muy lejos del compromiso concreto de solidaridad continental que
ansiaba Estados Unidos; la vocación europeísta de los diplomáticos argentinos
en su política exterior (Ginebra debía ser el Norte y no Washington) estableció
límites a las pretensiones estratégicas del gigante del Norte. Años más tarde calificó
a Argentina como el “mal vecino” del Sur.
Argentina
fue el último país latinoamericano en abandonar la neutralidad y romper
relaciones con el Eje, al ejercer la
Casa Blanca todo tipo de presiones: no le vendió más armamentos, restringió las
exportaciones de bienes vitales para la industrialización del país, no hubo más
préstamos ni radicación de nuevas inversiones. Además retiró a su embajador y
presionó a Gran Bretaña y países latinoamericanos para que hicieran lo propio,
procuró aislar al país. Hasta concibió un plan para restringir el consumo de carne
en Estados Unidos, para generar un saldo exportable hacia Gran Bretaña que
pudiera reemplazar las compras de carne argentina y desestabilizar
económicamente a Argentina. Sin embargo,
Gran Bretaña se negó, primero porque necesitaba carne argentina para alimentar
a sus tropas, y segundo porque sabía que Estados Unidos estaba intentando
reemplazar lo que quedaba de influencia británica en el Río de la Plata; la
posición frente a la guerra era secundaria para sus intereses. Lo que se daba
veladamente era una disputa entre Gran Bretaña y Estados Unidos por la
hegemonía en la Argentina, uno de los últimos bastiones ingleses en América.
Pese
a las presiones y la calificación de nazifascista, Argentina sostuvo la
neutralidad, primero por razones económicas, los exportadores de materias
primas eran partidarios de mantener la neutralidad para poder seguir vendiendo
sin las dificultades de ser beligerantes. Estos intereses se conjugaban con
otros: sectores nacionalistas que se negaban a encolumnarse tras los designios
de Estados Unidos, grupos anticomunistas que renegaban de la alianza Estados
Unidos-Unión Soviética, corrientes ligadas a la Iglesia Católica y algunos
militares adherentes a la ideología
nazifascista; además las sanciones estadounidenses fueron reforzando las
posiciones neutralistas.
Pedro
Ramírez rompe relaciones con el Eje en 1944 tras la amenazas del Departamento
de Estado de publicar los documentos del “affaire Hellmuth” (un oficial
argentino de origen alemán enviado a Europa a comprar armas que fue detenido
por la inteligencia aliada y acusado de espionaje) y del supuesto apoyo
argentino al golpe militar en Bolivia contra Peñaranda en 1943. Esto le costó
la presidencia y fue desplazado por la dupla Farrell-Perón, opuestos a lo que
suponían una inaceptable concesión al Departamento de Estado.
Desde
principios de 1944, Argentina estaba semiaislada diplomáticamente y el sistema
interamericano virtualmente paralizado, entre otras razones por el conflicto
Washington-Buenos Aires. La guerra estaba pronta a finalizar y se discutiría la
posterior reconfiguración del mundo. En el Departamento de Estado se planteaban
que había que llegar a un acuerdo con la Casa Rosada para unificar a todo el
continente.
Rockeferrer
con cuantiosos vínculos económicos y políticos en América Latina era el
principal exponente de esta corriente, representaba a los grandes industriales
y financistas querían hacer negocios en y con Argentina y terminar de desplazar
a Gran Bretaña del Cono Sur. Las Fuerza Armadas estadounidenses y el complejo
militar-industrial asociados a ellas deseaban un acuerdo para proveerles de
armamentos. Profundizar los lazos hemisféricos aún con los militares más
reacios al avance estadounidense, quienes al fin y al cabo eran profundamente
anticomunistas. Los líderes de las grandes potencias estaban repartiéndose el
mundo, y Estados Unidos sostenía que América debía ser indiscutidamente su área
de influencia. Para ello, requerían mostrar la cohesión del sistema
interamericano.
En
1945 se reunió en México la Conferencia de Chapultepec en la que se delineó la
organización panamericana de posguerra, la que tres años más tarde se trasformó
en la OEA y se fue readmitida la Argentina ya que no pudo participar en la
conferencia.
El
gobierno argentino declaró la guerra al Eje, firmó el Acta de Chapultepec,
normalizó las relaciones diplomáticas y los demás países que se le habían
sumado retirando sus embajadores y pudo participar en la Asamblea fundacional
de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esto último fue posible por la
presión latinoamericana y la gestión de Rockeferrer, a pesar de la fuerte
oposición de la Unión Soviética y de sectores del Departamento de Estado que
resistían el acercamiento al gobierno argentino.
LA
TERCERA POSICIÓN
Las
relaciones entre Argentina y Estados Unidos durante el primer peronismo fueron
tensas, contradictorias y registraron idas y vueltas. Su choque
publicitario con el embajador
estadounidense Braden por intentar amalgamar a la oposición al gobierno militar
y articularla a través del frente que luego se plasmó en la Unión Democrática.
Perón
planteó una política exterior original, la Tercera Posición, que pretendía
cierta autonomía frente a las potencias en el marco de la naciente Guerra Fría.
El
inicio de la Guerra Fría y el lanzamiento de la doctrina Truman de contención
al comunismo aceleraron las necesidades de un pacto militar continental y pudo
concretarse en la Conferencia para el Mantenimiento de la Seguridad y de la
Paz, en la que se aprobó el TIAR.
La
crisis 1949-52 mostró los límites del proyecto económico peronistas, e impuso
una reorientación del vínculo con Washington, determinado por la expansión de
los capitales estadounidenses en todo el continente. El abastecimiento de
bienes estadounidenses era central para el proyecto industrialista.
En
las conferencias panamericanas, las delegaciones argentinas insistieron en la
necesidad de que América Latina recibiera una “ayuda” como la que Estados
Unidos destinaba a Europa a través del Plan Marshall. La prioridad de Estados
Unidos era contener el avance del comunismo en Europa y Asia, con lo cual nunca
se concretaron las promesas de ayuda que solicitaban los gobiernos
latinoamericanos. Pero la “zanahoria” siempre estuvo presente. Estas promesas
fueron además un instrumento para bloquear una integración latinoamericana
alternativa. Las necesidades económicas aún en la etapa “dorada” 1946-49
estaban a la orden del día.
La
Casa Blanca consiguió que, sin demasiadas resistencias, se aprobara la Carta de
la OEA. Esta institucionalización de las relaciones interamericanas, bajo el
comando de Washington, fue una manifestación del avance de Estados Unidos en
América y una muestra de la incapacidad de los gobiernos latinoamericanas para
construir una integración alternativa.
No
habría un Plan Marshall para América Latina y hasta se bloqueaba la posibilidad
de que Europa utilizara esos fondos para comprar bienes argentinos.
Perón
debió transitar un delicado equilibrio entre las necesidades financieras y
comerciales, los compromisos exigidos a cambio (participación en la Guerra de
Corea, aprobación del TIAR y de la Carta de la OEA) y una política y discurso
nacionalistas y con algunos enunciados antiimperialistas. El inicial compromiso
de enviar tropas a Asia, la ley de inversiones extranjeras y los precontratos
petroleros con la Standard Oil Company generaron críticas y tensiones
entre algunos sectores nacionalistas.
Para
entender la política exterior peronista se debe situarse en el particular
contexto de la inmediata posguerra, el inicio del mundo bipolar y la Guerra
Fría (1947), que dio lugar al surgimiento de los países “no alineados”. La
Tercera Posición implicaba una diversificación de los vínculos exteriores, que
pivoteaban entre acuerdos o tensiones con la nueva potencia hegemónica (Estados Unidos), los socios tradicionales
(Gran Bretaña), la España de Franco y la Unión Soviética.
“Ni
yanquis ni marxistas” fue la consigna que sintetizaba la pretendida autonomía
que Perón planteaba respecto de Washington y Moscú. Siempre dentro del mundo
capitalista Perón coqueteó con un acercamiento a la Unión Soviética para tener
un mayor margen de autonomía en las relaciones de la Casa Blanca.
La
Tercera Posición implicó una nueva orientación muy vinculada con la perspectiva
reformista y más autonomista del proyecto nacionalista burgués que Perón
intentó desplegar en esos años. No significaba “equidistancia” ya que siempre
se remarcó la adscripción occidental, cristiana y cristina y anticomunista del
proyecto peronista, pero ese planteo permitió a la Casa Rosada mayores niveles
de autonomía en su vínculo con Washington, que era la potencia indiscutida en
América, y que avanzó para profundizar la penetración económica (oleada de
capitales estadounidenses), diplomática (creación de la OEA) y militar (firma
del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR).
Perón
intentó construir una integración latinoamericana sobre la base de acuerdos
comerciales y aduaneros, que fue boicoteada por la Casa Blanca y por buena
parte de las clases dominantes de la región, con lo cual no prosperó.
El
gobierno de Perón debió afrontar la primera crisis económica seria, con fuertes
caídas en las exportaciones. Argentina debió negociar el pedido de
financiamiento a Estados Unidos para poder solventar las importaciones
provenientes de este país.
Cuando
estalló en guerra en Corea, Estados Unidos volvió a exigir la intervención
latinoamericana. Washington presionó a Perón para que ratificara el TIAR y para
que enviara tropas, sin embargo las movilizaciones opositoras en distintos
puntos de país hicieron que finalmente no se enviaran soldados argentinos a
Asia.
La
Casa Blanca temía que Perón reflotara el
proyecto de una integración
latinoamericana de orientación antiestadounidense.
La
compleja situación financiera del gobierno argentino morigeró una potencial
posición autónoma o latinoamericanista, como temían diplomáticos
estadounidenses
Hacia
1952 Estados Unidos desplegó una activa política para impedir la proliferación
de gobiernos y procesos reformistas en Latinoamérica. La excusa era evitar la
infiltración comunista en el continente.
Por
un lado, se alentó el desembarco masivo de capitales estadounidenses,
exigiéndoles a los gobiernos mayores
garantías para su radicación. Nada de financiamiento al sector público, como
reclamaban muchos representantes latinoamericanos, ya que eso implicaría
promocionar los programas estatizantes y nacionalistas. Por otra parte, se
atacó a los procesos más radicales, como por ejemplo el guatemalteco, que
desplegaba una reforma agraria y nacionalización de empresas.
En
el caso argentino se aprobó la ley de inversiones extranjeras que favoreció la
radicación de empresas estadounidenses. También se generaron las condiciones
para los futuros acuerdos petroleros con una subsidiaria de la Standart Oil
Company de California, vinculada a la explotación de petróleo en Santa
Cruz. Esta iniciativa que generó tanta oposición interna muestra las
limitaciones del proceso de industrialización por sustitución de importaciones
y consecuentemente el carácter ambivalente de la política exterior peronista.
El
acercamiento bilateral tenía limitaciones, Argentina junto con México se
abstuvieron de aprobar una declaración anticomunista dirigida contra el
gobierno de Guatemala que planteó en la Conferencia Panamericana, Estados
Unidos.
El
vínculo con Washington, durante la segunda presidencia de Perón fue mucho más
cordial, coincidió con un mayor flujo de capitales estadounidenses a la región.
Aún así, Perón seguía siendo muy resistido en Estados Unidos y el golpe de
Estado de 1955 fue recibido con satisfacción en amplios círculos de Washington.
Consideraban que con su salida se había eliminado una amenaza en el sur del
continente.
EL
SOMETIMIENTO
La
Revolución Mexicana marcó un quiebre en
la relación entre Estados Unidos y América Latina, ahora el enfrentamiento
bipolar se instalaba en el “patio trasero” estadounidense.
La
Casa Blanca desplegó una nueva política hacia la región con las dos caras
habituales, se lanzó la Alianza para el Progreso (ALPRO) un plan de
financiamiento para América Latina que solucionaría décadas de pobreza y
atraso. Pero la zanahoria iba acompañada del garrote. Se implementó la Doctrina
de Seguridad Nacional y en la Escuela de las Américas se entrenó a muchos de
los militares que protagonizaron golpes de Estado en los años siguientes. La
Casa Blanca presionó a Frondizi para que votara la expulsión de Cuba de la OEA
y rompiera relaciones con la isla, luego a Illia para que se sumara a la fuerza
interamericana que intervino en República Dominicana en 1965.
El
golpe de Onganía implicó un inédito acercamiento bilateral al adaptarse a los
mandatos estadounidenses que exigían combatir el peligro comunista interno. Se
desplegaba una “Doctrina del Sometimiento Nacional” y las fuerzas armadas
latinoamericanas fueron una herramienta fundamental del Pentágono para combatir
a los movimientos populares que se expandían a lo largo del continente.
La
Alianza para el Progreso que a lo largo de una década otorgaría 20 mil millones
de dólares para asistir a América latina en el combate contra la pobreza, el
atraso agrario, el analfabetismo y la escasez de viviendas. De lo prometido
poco se concretó, las preocupaciones del Departamento de Estado se trasladaron
a Asia y la mayor parte de los fondos disponibles fueron dirigidos hacia la
guerra de Vietnam.
El
intervencionismo militar se incrementó en la década de 1960. El sistema
interamericano fue utilizado por el Departamento de Estado para apoyar esta
política intervencionista. Se acordó la expulsión de Cuba de la OEA, la
creación de la Junta Interamericana de Defensa (JID), punta de lanza junto al
Colegio Interamericano de Defensa y la Escuela de las Américas para establecer
una “academia de golpes de Estado” para abortar proyectos políticos que interfieran
con los intereses de Washington. Al mismo tiempo impulsó la balcanización
de América latina. Estados Unidos consideraba fundamental impedir tanto el
avance de regímenes tolerantes con el socialismo y sus posturas, como la
concreción de una integración regional por fuera de su órbita.
Con
la presidencia de Frondizi, la relación Argentina-Estados Unidos atravesó un
entendimiento relativo, producto de los acuerdos económicos que alentó con
empresas de capitales estadounidenses y del financiamiento que demandó al FMI y
a los grandes bancos del país del Norte. Hasta que se produce la Revolución
Cubana y la lucha anticomunista en América pasó a primer plano en la política
exterior de Washington. Frondizi disintió con la orientación asistencialista de
la ALPRO (orientada a resolver las carencias de viviendas, trabajo, tierras,
salud y educación) y se opuso a la política de expulsión de Cuba de la OEA y de
ruptura de relaciones diplomáticas con la isla. Inicialmente reivindicó el
respeto de autodeterminación de los pueblos, la no intervención en otros países
y la solución pacífica de los conflictos internacionales. Interpretó
erróneamente que el “problema cubano” era una oportunidad para obtener ventajas
por parte de Estados Unidos y obtener financiamiento para diversos proyectos de
desarrollo, como la represa de El Chocón.
Dadas
las limitaciones de su proyecto desarrollista, la relación dependiente con el
capital extranjero y la temprana ruptura de la alianza electoral, no pudo
construir la correlación de fuerzas políticas necesaria para resistir las
presiones externas, del Departamento de Estado, e internas, de la Fuerzas
Armadas, cada vez más cercanas a la Doctrina de Seguridad Nacional.
El
Gobierno de Illia tuvo diversos cortocircuitos con la Casa Blanca, una de las
propuestas de su campaña electoral fue la anulación de los contratos petroleros
firmados por Frondizi, denunciados como irregulares y fraudulentos. Una vez
tomada la medida fueron afectadas importantes petroleras estadounidenses.
Además, La Ley de Medicamentos, alentaba la producción de genéricos y regulaba
a los laboratorios extranjeros.
La
negativa de Illia a realizar una reforma financiera a la medida de los bancos
estadounidenses, se terminará concretando con el golpe de 1966.
La
Cancillería argentina logró en 1965 la votación en la ONU de la resolución
2065, que instaba a Gran Bretaña y Argentina a reanudar en forma inmediata las
negociaciones por la soberanía de las Islas Malvinas. Para la histórica alianza
entre Gran Bretaña y Estados Unidos esto podría ser un problema. Con Illia se
diversificaron los vínculos comerciales externos, China se transformó en un
destino importante de exportaciones argentinas, proceso que limitaba la
capacidad de presión de Washington.
Con
la excusa de evitar “otra Cuba” en el Caribe, Estados Unidos dispuso
unilateralmente intervenir militarmente en República Dominicana para aplastar
las fuerzas democráticas. Estados Unidos presionó para conformar una Fuerza
Interamericana de Paz (FIP) para legitimar su invasión, transformándola en una
acción aparentemente multilateral. El voto argentino fue clave para lograr
mayoría y crear este organismo.
Finalmente
Illia resolvió no participar en la intervención a Santo Domingo, esto hizo que
las Fuerzas Armadas locales concretaron el golpe de Estado de 1966.
La
política exterior de Illia y su relativa autonomía respecto de Estados Unidos,
fueron una de las causas del golpe de estado, inspirado en la Doctrina de Seguridad Nacional y encabezado por el
general Onganía que, a los ojos de la CIA y según prueban documentos
desclasificados, era considerado un buen amigo de Estados Unidos.
DERECHOS
Y HUMANOS
Las
últimas dictaduras militares argentinas tuvieron una sinuosa relación con la
Casa Blanca, plagada de idas y vueltas. El acercamiento de Onganía a Washington
se vio apocado cuando su gobierno se negó a implementar la política de desarme
y no proliferación nuclear, que generó una serie de cortocircuitos y
represalias: limitara la provisión de pertrechos militares. Onganía se volcó al
reforzamiento de los vínculos militares con el Viejo Continente, para
modernizar y equipar las Fuerzas sin depender del tanto del suministro
estadounidense. Importantes obras públicas fueron asignadas a empresas europeas
como Atucha por ejemplo, que quedó a cargo de la alemana Siemens.
El
giro de las relaciones bilaterales se consumirá con la salida de Onganía y la
llegada de Levington y luego con Lanusse.
El
debilitamiento de la economía de Estados Unidos: crisis del dólar en 1971 y del
petróleo 1973, impulsó la “apertura hacia el Este”, que implicó una renovada
relación económica y política con la Unión Soviética y sus aliados, para
incrementar la colocación de bienes agropecuarios. Este nuevo patrón de
inserción internacional en el marco de la Guerra Fría generó resquemores con
Washington. La política represiva que no hizo más que profundizarse tras el
Cordobazo, no inhibía al gobierno
militar para desplegar un pragmatismo en los vínculos exteriores,
profundizando las relaciones comerciales con el “bloque socialista”.
Durante la gestión económica de Vasena se
alentó la radicación de empresas estadounidenses y aumentaron los préstamos del
Tesoro y de la banca privada de ese país. En el FMI, Estados Unidos apoyó los
créditos solicitados por Argentina. La extranjerización de la economía era
funcional a la exportación de capitales estadounidenses.
La
vuelta de Peronismo planteó una renovación de la Tercera Posición. Con Cámpora,
se tensaron las relaciones al plantear que era necesario reestructurar la OEA,
debido a que Estados Unidos había alentado la balcanización americana y
que no había confluencia de intereses entre las trasnacionales estadounidenses
y los países latinoamericanos; exigió también la revisión del TIAR, la
reincorporación de Cuba y reconoció los derechos de Panamá sobre el canal
interoceánico ocupado por Estados Unidos. Esta posición antiestadounidense
generó simpatías en América Latina, lo que llevó a Estados Unidos a reaccionar
con cautela, negando que su país tuviera las pretensiones hegemónicas
denunciadas por Argentina. Durante el interinato de Lastiri hubo una relativa distensión
ya que intentó una ligera moderación del perfil confrontativo, aunque las
tensiones se mantuvieron: Argentina se
reintegró al Movimiento de los Países No Alineados, criticó la doctrina
estadounidense de seguridad hemisférica y rompió el bloqueo económico a Cuba.
En su tercer mandato Perón intentó mejorar el
vínculo con la intensión de atraer capitales estadounidenses. Profundizando los
vínculos con Europa occidental, pretendía lograr una mayor autonomía respecto
de Estados Unidos.
El
presidente Nixon para morigerar la reacción antiestadounidense en el continente
prometió abordar el problema del Canal de Panamá y revisar medidas comerciales
y financieras, en un contexto de crisis económica internacional y caída de la
demanda europea de bienes primarios. Una vez más se desplegaba una combinación
de zanahoria y garrote. La CIA participó del derrocamiento a Allende y en el
golpe de Estado en Uruguay.
La Casa Blanca al apoyar el golpe de Pinochet
contra Allende, generó el rechazo de muchos países en el continente, e intentó
recomponer las relaciones a través del “Nuevo Diálogo” que nunca fue más allá de la retórica y las
promesas, tendientes a aplacar la yanquifobia regional.
Durante
el gobierno de Isabel de Perón la relación bilateral fue contradictoria ya que
se buscaba mejorar el vínculo con Washington al tiempo que se anunciaban
políticas nacionalistas que afectaban importantes negocios de ese país. El FMI
y la banca estadounidense retuvieron créditos ya aprobados para Argentina hasta
asfixiarla en lo financiero previamente al anunciado golpe de Estado.
El
vínculo bilateral dio un giro cuando en 1976 pasaba a ocupar el Ministerio de
Economía Alfredo Martínez de Hoz, con fluidos vínculos con Rockefeller y la
banca estadounidense. Se dio toda la ayuda financiera posible y asistencia militar a la Junta Militar
encabezada por Videla.
Videla
proclamó su lineamiento con Occidente y la lucha contra el comunismo siguiendo
la Doctrina de Seguridad Nacional. Sin embargo, la violación de los derechos
humanos fue un eje de conflicto recurrente, mientras se sancionaban no se hacía
lo propio con la dictadura de Pinochet, ni había una condena por el Plan Cóndor
impulsado por la CIA.
En esos años se estableció un triángulo
económico con Estados Unidos y la Unión Soviética, el primero era el
abastecedor principal de las importaciones argentinas y sostenían financieramente
la espiral de endeudamiento requerida por la política de dólar barato y la tablita
de Martínez de Hoz. La Unión Soviética y los países de Europa del Este, fueron
el destino privilegiado de los cereales y las carnes argentinas.
En
1979 tras la invasión soviética a Afganistán, Estados Unidos lanzó un embargo
comercial contra su rival, embargo que Argentina se negó a aceptarlo, sumado a
las acusaciones por la violación de los derechos humanos y a la negativa de
apoyar la política de Washington de no proliferación nuclear en América Latina
tensaron las relaciones con la Casa Blanca la cual ejerció distintas presiones
sobre Videla: no vendiendo armamentos, limitando la provisión de bienes
estratégicos e impulsando una misión de la OEA que llegó al país a recoger
acusaciones sobre el terrorismo de Estado. El informe de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) dejó mal parado al gobierno e
incrementó las presiones externas e internas. De todas formas, la gran banca
privada y el Tesoro estadounidense siguieron financiando a la Junta.
Con
la Revolución Sandinista en Nicaragua Washington incrementó la política dura de
combate contra el comunismo en América.
En
1981 Reagan planteó una nueva estrategia para contener al comunismo y al
“imperio del mal” o sea la Unión Soviética. El respeto o no de los derechos
humanos pasaba a ser totalmente secundario. La CIA comenzó a trabajar en
secreto con las Fuerzas Armadas argentinas en operaciones en Nicaragua. Con la
llegada de Galtieri al poder, la dictadura local pasaba a ser una aliada de
Washington en la lucha contrarrevolucionaria en toda América.
El
fugaz acercamiento de difuminó con el estallido de la Guerra de Malvinas en
1982. Estados Unidos ratificó su histórica alianza con Londres. La OTAN y no el
TIAR fue la elección de Estados Unidos, país que luego adoptó una actitud de
cautela para mejorar la relación con América Latina, deteriorada luego de la
posición pro inglesa durante la guerra de Malvinas y por el estallido de la
crisis de la deuda externa en México.
RELACIONES
CARNALES
Alfonsín
intentó dar seguridades a Washington, declarando que el país se identificaba
con Occidente y no desplegaría un alto perfil en el Movimiento de los Países No
Alineados. Esto no implicaba subordinarse a Estados Unidos ya que persistían,
entre otras, diferencias por la no proliferación nuclear, la crisis en América
Central y la deuda externa.
Pese
a su carácter fraudulento, Alfonsín decidió no repudiar la deuda externa
duplicada durante la dictadura. Obtuvo la idea de construir un Club de Deudores
en América Latina. Pero la temprana negociación con Estados Unidos y el FMI
anularon esa orientación heterodoxa. Tampoco recibió apoyo europeo, que exigieron en consonancia con
Washington, que se llegar a un acuerdo con el FMI. Se descartó así la
posibilidad de plantear el carácter “odioso” de la deuda.
Abandonando
una posición potencialmente más autónoma se planteo la necesidad de un “giro
realista” y así avanzaron los ajustes internos, el Plan Austral contaría con el
respaldo de la Casa Blanca y el FMI y el Plan Houston, preveía el llamado a
licitación para la explotación de zonas
petroleras.
Esta
nueva perspectiva dejó en segundo plano el no alineamiento en relación con
Washington y se firmó el tratado de no proliferación nuclear.
Se
buscó profundizar los vínculos comerciales con la Unión Soviética y sus aliados
y con los gobiernos de Europa occidental.
La
caída significativa de las exportaciones a los países del bloque soviético
desde 1986 dificultó aún más la inserción económica internacional y aumentó la
dependencia del financiamiento externo. En el nuevo mundo post Guerra Fría no
había lugar para los no alineados.
Durante esa “década perdida”, las crisis
inflacionarias y de las deudas externas en América Latina generaron mejores
condiciones a la Casa Blanca para imponer sus políticas de ajuste en el
continente.
El
cambio más significativo fue la caída del Muro de Berlín, la disolución de la
Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. La indiscutida hegemonía
estadounidense en el ámbito mundial posibilitó a la tríada (Estados
Unidos-Europa-Japón) el establecimiento del Consenso de Washington, que impuso una
serie de políticas económicas y reformas estructurales a los países endeudados.
Se les exigía una amplia reforma de los Estados, privatizaciones, mayores
facilidades a las inversiones extranjeras, aumento de impuestos, y ajuste en
los gastos, para lograr superávit fiscal y pagar la deuda externa. Fue una de
las manifestaciones de la ofensiva del capital sobre el trabajo que signó a la
etapa neoliberal.
Menen
asumió el poder dispuesto a hacer los ajustes que el gran capital trasnacional
requería, alineado con Estados Unidos, el grado de profundización de las
relaciones fue caracterizado de “carnales”, epíteto que se constituyó en un
símbolo de la sujeción a los mandatos de la Casa Blanca, siendo el alumno a
imitar según el FMI.
En
esos años de privatizaciones, apertura de la economía, convertibilidad, ataque
contra las conquistas históricas de los trabajadores y caída y concentración
industrial, se enviaron naves a la Guerra del Golfo, se desmanteló la
estratégica iniciativa del misil Cóndor II y de diversos proyectos de
industrias aeroespacial y de defensa, se votó en la ONU según dictaba el
Departamento de Estado, se concretó el retiro del Movimiento de los Países No
alineados, se adhirió a los tratados de no proliferación nuclear, se produjo la
primer visita de un presidente peronista a Estados Unidos y de un mandatario
argentino a Israel, se firmaron múltiples convenios con Washington y se eligió
a Argentina como aliado “extra OTAN”.
Hubo
también fluidos vínculos económicos con potencias europeas que competían con
los capitales estadounidenses para controlar las empresas de servicios públicos
que pasaban a manos privadas. España fue uno de los principales inversores.
Washington
impuso el NAFTA y preparó su proyecto más ambicioso: el Área de Libre Comercio
de las Américas (ALCA), Argentina, durante el menemismo, no planteó obstáculos
a la concesión de esta iniciativa. Del nacionalismo reformista peronista que
reivindicaba la Tercera Posición, se mutó al “realismo periférico”. Los países
débiles, se decía, deben asumir su condición y no confrontar con las potencias.
La teoría del “realismo periférico” era alinearse a Estados Unidos, eso daba
seguridad jurídica, impulsaba la radicación de capitales y el flujo de
créditos, claves para sostener la ficticia convertibilidad.
A
principios de los años noventa, Bush presentó la “Iniciativa para las
Américas”, origen del proyecto ALCA que tenía como objetivo neutralizar el
intento de España de reposicionarse en la región y evitar que el Mercosur
constituido en 1991 pudiera ser el puntapié para una integración
latinoamericana e impulsar acuerdos panamericanos para evitar tanto la
integración iberoamericana como latinoamericana.
El
ALCA pretendía consolidar el dominio económico de Estados Unidos en el
continente, dar mejores condiciones a los capitales de ese país para avanzar en
la apropiación de empresas y bienes que estaban en manos de los Estados y
competir en mejores condiciones con los capitales europeos y asiáticos. Además
era parte de la ofensiva del capital contra el trabajo, este tipo de tratados
de libre comercio permitía la libre circulación de los capitales y las mercancías, pero no así
de personas. Eso explica que sindicatos y movimientos sociales los denunciaran
como un mecanismo para lograr una mayor explotación de los trabajadores.
Los
acuerdos de libre comercio plantean liberalizar los intercambios de bienes
industriales, servicios y finanzas, pero no desmontan los obstáculos no
arancelarios (medidas sanitarias, subsidios y normas anti-dumping) al comercio de bienes agropecuarios. A pesar
de que este proyecto perjudicaba claramente a los países latinoamericanos el
único país que objetó al ALCA fue Venezuela en 2001 con Chávez como presidente.
En
1999 asume la presidencia Fernando de la Rúa y la política economía siguió sin
cambios, la convertibilidad era sagrada y en una economía recesiva y más
endeudada, mantenerla implicó otorgar más concesiones a los organismos
financieros internacionales, profundizando los ajustes hasta niveles social y
políticamente intolerables. La situación económica era una bomba de tiempo que
explotó con el levantamiento popular de diciembre de 2001.
El
vínculo con Washington a los ojos de De la Rúa era vital para mantener la
convertibilidad y sostener la afluencia de créditos que permitiera sostener un
tipo de cambio cada vez más artificial, en vez de “carnales” se definieron las relaciones
como “intensas”. Hubo en esos años varios operativos militares conjuntos, se mantuvo la misión de gendarmes
argentinos en la intervenida Haití y también la participación en las
Operaciones para el Mantenimiento de la Paz, a través de las cuales Menem había
enviado contingentes militares a países como Kosovo o Timor Oriental. Se
mantuvieron los ejercicios aeronavales conjuntos denominados “Gringo-Gaucho”
que se habían iniciado en 1990.
Si
hubo matices, por ejemplo no se apoyó el Plan Colombia, con el cual Estados
Unidos avanzó militarmente en la región.
Luego
de los atentados a las Torres Gemelas, la administración Bush lanzó las
“guerras preventivas”, se construyó un nuevo enemigo internacional, el
terrorismo, que justificó el accionar guerrerista de Estados Unidos.
LA
APUESTA LATINOAMERICANA
Hacia
2001, el gobierno vivía palpitando la cotización diaria del “riesgo país”,
suerte de termómetro de la desconfianza financiera internacional y de la
creciente inviabilidad de la convertibilidad. Las políticas económicas iban en
el sentido de dar cada vez más seguridades al FMI, ajustes mediante.
El
estallido político y social del 19 y 20 de diciembre obligó a revisar la
política exterior, el fugaz presidente Adolfo Rodríguez Saá anunció el no pago
de la deuda externa, el hartazgo general permitió cuestionar al FMI, que desde
entonces pasó a ser uno de los blanco de las críticas, por las recetas
económicas que habían llevado al colapso. Durante el gobierno restaurador de
Eduardo Duhalde, Argentina no participó de las invasiones a Afganistán e Irak
comandadas por el Pentágono y tampoco votó contra Cuba en la ONU como había
ocurrido en las gestiones de Menem y De la Rúa.
En
la reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC) los países
exportadores de bienes agropecuarios pusieron límites a las pretensiones de las
grandes potencias. A partir de allí se empantanaron las negociaciones para
profundizar el libre comercio. En 2005 en la IV Cumbre de las Américas, en Mar
del Plata los cuatro miembros del Mercosur y Venezuela rechazaron el ALCA, abriendo una nueva oportunidad a la
región floreciendo otros proyectos de integración alternativa como la CSN, el
ALBA, y la CELAC.
Hugo Chávez
retoma el proyecto de Bolívar a partir de la propuesta de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América (ALBA).
Por su creciente
déficit comercial y fiscal y por su excesivo endeudamiento, Estados Unidos
necesitaba revertir tendencias económicas de los últimos años. Los sectores
financieros, los grandes exportadores y las empresas estadounidenses más
concentradas pretendían terminar de apropiarse de un área históricamente
disputada con Europa, consolidando la supremacía del dólar y frenando el avance
de China que se posiciona en la región.
Brasil y
Argentina pretendían presionar para que Estados Unidos, Europa y Japón
disminuyeran los subsidios y protecciones a sus productores agropecuarios. Si
se les exigía la apertura de sus mercados internos, era indispensable una
contraprestación: que se abrieran los mercados europeos y estadounidenses para
las exportaciones de estos países.
Después del
traspié en Mar del Plata, Estados Unidos optó por avanzar con los Tratados de
Libre Comercio (TLC) bilaterales. Pero América latina comenzó a avanzar hacia
una integración regional por fuera del mandato y control de Washington.
En 2004
representantes de los 12 países se reunieron en Cusco para fundar la CNS. El
impulso inicial giró en torno de las obras de infraestructura que incluían
rutas, puentes, centrales hidroeléctricas y gasoductos que implicaban una
inversión de 4500 millones de dólares hasta 2010. La CSN nació con serias
limitaciones, el hecho de que convivían proyectos y perspectivas disímiles
dificultó la convergencia política, económica y estratégica para analizar cuál
sería la mejor forma de integración.
En 2007 la CSN
pasó a ser la Unasur, que se planteó como una instancia política alternativa a
la OEA.
Esta
organización ha servido para fortalecer la posición de Evo Morales cuando la oposición
intentó desestabilizarlo impulsando un movimiento separatista o cuando se
concretó la agresión militar de Colombia a Ecuador. Intentó contrarestar el
golpe en Honduras y actuó para frenar el levantamiento de la policía
ecuatoriana. También presionó y aisló diplomáticamente a Paraguay cuando su
Parlamento destituyó al presidente Fernando Lugo. Esta coordinación de los
gobiernos de la región actuó como instancia alternativa a la desprestigiada OEA
para atender conflictos regionales sin la omnipresencia estadounidense.
En 2010 se crea
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (CELAC) que reune a 33
países del continente, incluyendo a Cuba, excluye a Estados Unidos y Canadá, su
cumbre inaugural se realizó no casualmente en Caracas.
Con el gobierno
de Kirchner se inicia una nueva etapa con una política exterior más autóma: se
prioriza la integración latinoamericana, se diversifican los vínculos
comerciales extrenos creando nuevos lazos con China, India y otros países
asiáticos y africanos; se realizan activas gestiones para promover las
exportacione; se alentó la creación de la Unasur; se participa destacadamente
en el G-20; se dio impulso al Mercosur con una orientación distinta a la del
“regionalismo abierto” de los noventa e incorporó a Venezuela en 2012; se
canceló la deuda con el FMI; se logró licuar la presión de los bonistas
externos y disminuir gran parte de la deuda en defaut; se tuvo una
acción diplomática destacada frente al golpe de Honduras; y se puso en marcha
una ofensiva internacional para presionar a Gran Bretaña para que inicie las
negociaciones por Malvinas.
El ingreso al
G-20 y las señales a favor de Estados Unidos y los mercados financieros son
interpretados como una manifestación del doble discurso del gobierno.
Durante las
presidencias de Néstor Y Cristina Kirchner, el vínculo bilateral atravesó
momentos rìpidos y otros de distensión. Luego de la cumbre de Mar del Plata
hubo un enfriamiento de la relación, que se intentó revertir tras la llegada de
Obama. El 2011 estuvo plegado de tensiones entre los dos gobiernos, pero luego
de la reelección de Cristina ambas partes emitieron señales para reencauzar la
relación.
Mucho se ha especulado sobre las motivaciones
de Obama: presionar para que Argentina pague a los “fondos buitres”, a las
empresas estadounidenses que ganaron fallos ante el CIADI y al Club de París, o
para que la Casa Rosada acepte la revisión de sus estadisticas y su economía
por parte del FMI. En cuanto a los motivaciones kirchneristas, se detacó la
necesiadad de tener el apoyo de Estados Unidos para arreglar con el Club de
París y equilibrar la balanza comercial bilateral, actual e históricamente
deficitaria, facilitando el acceso de carne y limones, que cuentan con
restricciones sanitarias.
La OEA fue
perdiendo peso específico en detrimento de la Unasur y la CELAC, instancias
latinoamericanas que articularon diplomáticamente a la región sin darle
participación a Estados Unidos. Acercarse a la Argentina, en este contexto es
vital para Estados Unidos, para no retroceder demasiado en su “patio trasero”.
El kirchnerismo
a los ojos de la Casa Blanca parece un mal menor en el continente frente al
chavismo, los Castro, Morales, Correa u Ortega
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